Prisionero del ritmo del mar

Mis valedores: el mar, vale decir la grandiosidad, la potencia, la majestuosidad, la prefiguración del infinito. La casi infinitud de la mar, hija magna de madre Natura y madre portentosa de civilizaciones. ¿Recuerdan ustedes cuando conocieron el glauco mar, que dijera Homero? Yo sí, vivencia imborrable. En algún recodo de la playa me fue a dejar el transporte. Unos pasos, y entonces, de súbito, ahí nomás, a tiro de pupila, el océano. Yo ahí, transfigurado, convertido en estatua de sal (de yodo), anonadado quedé ante el resollar de la inconmensurable presencia de leviatán en celo, de toro padre fecundador de trópicos, pero al propio tiempo, ¿por qué esa piedad, la soterrada lástima que me inspiró la inmensidad..?

Fue compasión por su refluir indefenso de enjaulado león, de Prometeo encadenado a su roca del Cáucaso Cautivo en su prisión de sutiles muros (arenilla dorada), contemplé a aquel ciego Sansón reducido a la rueda de molino, a un Teseo refundido en el Tártaro, al mítico monstruo que a rugidos golpea los límites de su cautiverio; como toro enceguecido ante el trapo del figurín de colores, que entre bramidos recula para mejor embestir. Al aire, al vacío. Ahí, tras unos muros de deleznable arenilla, los empujes del garañón, estertores de espumarajos, iban a fallecer entre picotazos de gaviotas y caracolas de mar. La playa.

Dos, tres, ¿cuántas inmensidades de tiempo transcurrieron antes de que yo volviese en mí? A lo impulsivo, sin definir el instinto que me empujaba al oscuro sentimiento de compasión, me vi de pronto abrazado de mar, abrasado de mar, y percibí en mi la fuerza telúrica que madre Natura me transmitía por mediación de aquel de sus elementos. El mar. (Alo lejos, palmeras. Serranías a lo lejos. Bandadas de aves marinas, alguna vela que se mece a los caprichos de unos vientos ahitos de esos afroadisíacos del trópico que son el yodo y la sal. ¿No los estoy aburriendo? Sigo, pues.) Y fue así, mis valedores: yo, hombre de tierra adentro, del altiplano, me sumergí en las ondas del mar tropical, del trópico marino. Y así me pasé el tiempo (el tiempo me pasó), y cohabité con las ondas del mar. Del «nocturno mar amargo», que dijo el poeta…

Me acuerdo, a propósito, de que cada amanecer acudía a saber del insomne, del que entre sueños oía que de punta a punta la noche se pasó golpeteando los barrotes de una jaula implacable de arena dorada, jaula de oro, pero jaula de suavísima arena, tanto que parecía haberse sutilizado para no herir su ánima en pena, loco lunático que se pega de cabezazos contra los muros acolchados de su celda en la casa de salud. Ahora, al estímulo del primer sol, su lomo cabrilleaba como recién estrenado, pero sin un instante interrumpir su clamor, fuerza heracleana en los clamores de la agonía, contra un padre Zeus que lo había sentenciado a la eterna condenación de su cautiverio. Contra el cielo. De cara al cielo. El mar océano, esa infinitud…

Y ocurrió, mis valedores, que cierta noche de luna salí a visitarlo. En la playa me puse a reflexionar sobre la oscura correspondencia de aquella luna con este mar, de la influencia de Hécate la ominosa sobre un garañón que es puro temperamento, al que Setene la fría logra alterar a lo cíclico, y encabritar, y cabrear y encrespar, y ya que lo irritó irlo amansando, y calmarlo, y pacificarlo hasta dejarlo sosegado, rendido, rebrilloso su lomo como después de las fatigas del desbordado ejercicio de amor. Así, a lo suave, la luna se le posaba en el lomo y sacábale rebrillosos espeluznos de reposado metal. Duerme, duerme, mi amador. Mis valedores…

Percibí entonces en la potencia del mar, en su poderosa presencia reducida a los muros de arena de una playa sembrada de tufos, aromas y caracoles como restos de viejos naufragios, la alegoría del otro gigante, cautivo también tras muros de arena: conservadurismo, rutina, incapacidad de autocrítica y de crear estrategias. El paisanaje, sí, fuerza inerte y erizada de agravios contra esa influencia lunar que es el Sistema de poder, ante el que se encrespa en flujos y reflujos de descontento colectivo que no trascienden el motín, la algarada, la guerrilla ineficaz y la aún más estéril megamarchita. Las masas aún no se percatan, no quieren percatarse, de que su estrategia ya tiene el antídoto. ¿Cómo se nos olvidó la semilla de organización ciudadana que rebrotó de las ruinas de los sismos del 85? ¿Dónde, cuándo el movimiento espontáneo de masas va a amacizarse en el conocimiento científico? ¿Cuándo el conocimiento científico se va a cimentarse en las masas, y potenciarlas para darnos ese gobierno que mande obedeciendo? ¿Cuándo, mar en potencia, las masas van a decidirse a pensar? ¿El 2 de octubre no se olvida? ¿A megamarchita por año? Y el Dos de junio, los sismos, Acteal, El bosque, El Charco.
(México.)

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