¿Yo, depravado..?

Lo vi, lo observé: joven, fuerte, musculoso. Con las yemas de los dedos se lo toqué, se lo palpé: duro, pétreo, endurecido. Me gustó. Me quité la ropa. «Pero le voy a cobrar caro», me dijo. Yo, excitado, saqué un rollo de billetes. Hice la aclaración: «Pero no voy a satisfacerme con una sola vez: Quiero que todos los días me repita la dosis de aquí al domingo». «De acuerdo, con que alcance a pagar». Conté unos billetes, se los di, los contó, los guardó. «Y ahora tiéndase ahí y respire hondo, pero conste: va usted a quedar todo magullado». Cerré los ojos y apreté los músculos…

Y válgame, qué enérgicos movimientos, qué rítmicos y acompasados. Un esfuerzo, dos, y apretarlas al máximo, las quijadas, y arrugarlo y desarrugarlo, el ceño. Tragué tarascadas de aire, pujé y aquel jadeo, y el sudor, y un aliento que se me iba y otro que se me venía. Cuánto tiempo haya transcurrido, perdí la noción. Quedé exhausto, dolorido. «Y esto no es nada, ya verá al rato, cuando se acabe de enfriar. Ya levántese».

Con trabajos me alcé, desgajado por dentro. «Es que hace mucho que no lo hacía». «Mejor piénselo, porque yo dudo que resista el de mañana». Cómo me habrá visto después del zangoloteo, que mientras me vestía me hizo la proposición: «Yo tengo una prima política con la que puede probar. Ella es suavecitá, tiene bastante práctica con los muy novatos y los ya vejancones, y puede que no lo lastime». Yo, insensato, el alarde: «Aquí donde me ve, verdiosón y sin práctica, para los dos tengo, para ella y usted. ¿Qué le parece si pruebo la de los dos? ¿Su prima política me irá a cobrar muy caro el servicio? ¿En casa de ella, o aquí mismo..?»

Total, dije entre mí, no es más que de aquí a la noche del domingo, y quiero que el sol del lunes me sorprenda de pie y satisfecho, robustecido y entero, como recién resucitado. Acepté ponerme en manos de la política (la prima), y él quedó de traérmela mañana mismo. Que él en la mañana, y la Gilda Lea (así se llama) al oscurecer. Pero un momento, mis valedores: creo que aquí se impone una aclaración.

Todo esto que acabo de describirles ocurrió en el gimnasio de aquí a seis cuadras, yo frente al Bruslí, entrenador con pesas, barras y tablas para abdominales, que me impuso la primera rutina (pecho-pierna) ante el que realicé mi primera sesión de ejercicios anaeróbicos. Cuando le expuse mi deseo y planes en el gimnasio, el Bruslí se la rascó, la nuca, y no se quiso comprometer. «No, pues menos de una semana para dejarle el físico como para competir en el mister México, va a estar medio carbón. Y ya se nos fue esta semana; hoy ya es lunes». Yo, en mi impaciencia imprudente:» ¿Y si me aventara un par de harponazos? Anabólicos por aquí, silicones por allá, unas arrobas de esteroides en esta otra zona, qué le parece?».

Se rió con risilla escéptica, movió la testa, me puso una barra que sentí como de tonelada y media en las manos. «Así, mire, sin doblar la espalda, porque se le jode su espinita dorsal». Yo, al finalizar la sesión, aquella secreta esperanza: quizá con los ejercicios aeróbicos de la política Gilda Lea…

Y así fue, mis valedores, como a partir de ayer, lunes, acudo al gimnasio para someterme a las rutinas de hombro, pecho y puntos circunvecinos, con la muy firme esperanza de amanecer el lunes con un físico no digamos de Adonis, pero sí, cuando menos, parecido al del hijo de Leto, un tal Apolo. Regresé del gimnasio, donde sudé el tanto de quince, veinte minutos, y el tanto de veinte, treinta minutos, me contemplé al espejo; de frente, de perfil, de tres cuartos, y ya flexionaba esta zanca, y ya extendía el brazo con todo y cuello, y ya me arqueo, me tuerzo, inflo el pecho, contraigo el abdomen, contraigo los brazos y tenso los bíceps. Luego practico el modo de caminar; así, enérgico, no así, con exquisito abandono y languidez, con desdén, con indiferencia…

El impaciente me lava a interpelar: «viejo ridículo, no la chifles. A tus años semejantes desfiguros…» Y yo le contesto: «No, mi señor impaciente, lo mío no es una pérdida del decoro personal, sino un intento de no perderlo; no es locura senil la que me lleva a tales desfiguros. Es que tengo, calcule mi problemón, un boleto para el vuelo del próximo lunes, ¿se da usted cuenta?».

Ya la pescaron, ¿verdad? Voy a viajar en avión, y eso significa que en la ciudad capital de este país soberano e independiente los gringos del aeropuerto, con la anuencia del presidente encargado de preservar tal soberanía e independencia, me van a imponer como ineludible condición para abordar el avión, que pase previamente por el tal «escáner» que me va a descalzar de los pies a la cabeza, y lógico, no quiero ir a dar lástimas a los de la DE A o a la corporación a que pertenezcan los operadores del aparato que me va a desnudar en mi propio país, soberano e independiente. Y qué hacer, es México. (Mi país.)

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