¡A lincharlos..!
Colonia La Tusanía. Tras el intento de linchamiento cuya crónica inicié ayer, hasta la zona en conflicto acudieron fuerzas del orden, y entre agresores (vecinos de la colonia), agredidos (cirqueros de una carpa trashumante) y policías, se estableció el diálogo de rigor. El comandante:
– Ah, hingau, ¿y ese mostruo no muerde? ¡Sésguese!
– De morder quién sabe, pero un mostruo que habla, con esa novedá.
– «En tan triste estado me encuentro por un castigo de Dios, por haber desobedecido a mis padres en Jueves Santo…»
– Ya, Toña, deja de hacerle a la Mujer Caimana. Te vamos a sacar de ese disfraz, no vaya a haber otra ronda de iutamadrazos, ytú arrastrándote de codos en el pavimento. ¡Una manita, por plis, pa sacar a la señito del zurrón caimanero! ¡A la de una, a la de dos, y a la de..!
– ¡No, muchachones, por Dios, no me descobijen, que debajo del disfraz ando a ráiz, no me dejen con el silabario a los cuatro vientos!
– ¡Abran cancha a las cruces! Los camilleros, se van a cargar a los más madrificados. A los otros los trasladamos esposados en las unidades. Ora que usté, don Ringlin, como dueño del changarro este, ¿a quién va a acusar?
– A la mala suerte, señor, a los inescrutables designios del cielo…
– ¡Cielo madres, con perdón, señor empresario! Mire, comandante: nosotros, los de La
Tusanía, fuimos los culpables. Todos los que aquí ve, beneméritos linchadores de esta colonia, estamos dispuestos a pagar aquí al señor cirquero hasta el último quintonil, con curaciones y todo, ¿no, vecinos..?
– Sí cierto: nosotros vamos a pagarle hasta la risa, o sea la de su hienita. Ya anda una comisión de vecinos haciendo una cooperacha casa por casa. Hasta un fideicomiso si sobra una lana. Es que estamos tan mortificados.
– Pues sí, pero van a tener que acompañarnos a la delegación.
– Los acompañamos, faltaría más. Y es que estamos tan avergonzados por haber perjudicado aquí a estos pobres cirqueros; ellos qué culpa tuvieron…
– Bueno, sí, ¿pero entonces por qué les acomodaron semejante tizniza, que hasta parece que ellos fueron a caer en manos de sardos drogos?
– Mire, comandante, la neta. Total, que el daño ya pesa en nuestra conciencia. En nombre aquí del vecindario comparezco y declaro.
– ¡Sí, que el merolico hable por La Tusanía! Ay, quise decir el señor vendedor de productos médicos en la vía pública. Que él hable por la colonia.
– Que hable por la colonia o por donde quiera, pero lo que tenga que decir lo va a declarar frente al agente del ministerio público.
– Aquí mismo, comandante, para qué burocracias. Mire: sucedió que hoy, después de la misa de doce, estábamos todos aquí en el parquecito muy quitados de la pena, cuando, de repente, tíznale, la música del convite.
– Sí cierto. Y que vamos viendo que venían calle abajo payasos, leones africanos y la tandada de cirqueros, todos en traje de carácter. «¡Aguas!», nos gritó el merolico, quise decir el vendedor de medicinas de patente en la vía pública. «¡Ya nos cayeron esos hijos de toda su repelona!», gritó el jicamero, y que repican las campanas y corremos todos a posesionarnos del instrumental requerido para un linchamiento como Dios manda: piedras, trancas, una escopeta hechiza. José Dolores sacó unos cohetones, y el Chemaría varios tambos de gasolina. Luego aquí el Churumiáis (perdónemela, don Godofredo, se me chispó); don Godofredo se desamarró la pata de palo y de cojito, ¿ve? El primer toletazo fue para el Águila Humana, qué pena, se me cae de vergüenza…
– Bueno, sí, ¿pero motivo, causa u razón de la chingamusa?
– Pues cuál ha de ser; que a estos pobre titiriteros los fuimos a confundir, si seremos majes; confundir a unos honrados artistas con… (qué pena, de veras): pues con los payasos mamones que andan sueltos y culecos, en brama y jariosos, derrochando nuestro dinero (mal rayo parta al tal IFE) en unas campañas con las que nos quieren ver la cara de sus juandiegos. Nosotros, ya escamados con tales bellacos, vimos que venían los payasos entre una runfla de ladridos callejeros.» ¡Aguas, que ya nos cayó el simulador Pablo Gómez, el chucho talamantero Ortega, el pocamadre pocavergüenza Armando Quintero! ¡A rociarles gasolina pa’ que se frunzan!
– A los pobres leoncitos cómo los fuimos a confundir:» ¡A capar a Creel para que ya no se la jale! ¡A tiznar al Yunque Bebeto y al Calderón! Vimos a la mujer barbada.» ¡Traen de palero a Diego Fernández!» Vimos la hiena. «¡A madrear a Madrazo en toda su madre! ¡Que del madrazo no quede ni madre! Y órale, el flamazo de gas y la chamusquina. Qué pena con estos honrados artistas, con la hienita y el Águila Humana, cómo los fuimos a confundir con el hatajo de pocamadres que andan queriéndonos ver la cara de sus güeyes. ¿No, vecinos? (Pues…)