Tal es, cuando menos, la impresión del visitante en la tertulia de anoche, callado hasta que el Cosilión mostró la foto del matutino del pasado sábado:
– ¿Vieron esto? Carlos Slim acaba de adquirir Telecom, de Colombia.
Telón de fondo en la foto, el logotipo de TELMEX, del que Slim es propietario desde que Carlos Salinas arrebató el consorcio a los mexicanos para malbaratarlo al dicho Slim. Ah, mothernizador, malhaya sea su estampa, su vida, su madre, su todo y su nada. Sólo espero en Dios, el mío, que en Salinas se cumpla la inapelable sentencia:
«Al que obra mal se le pudre el culantro».
De pronto, la voz del meditabundo: «Así que Slim es dueño de una nueva empresa de telefonía. Pues que Telecom le aproveche, pero que no lo festeje todavía, porque quizá yo vaya a aguarle la fiesta. Tengo pensado afectar su emporio empresarial. Slim no tiene la culpa de la inseguridad que padecemos en esta cuidad, pero con todo el dolor de mi corazón he de comunicarle que por serme imposible este estado de neurosis, terror, paranoia, que me está produciendo el teléfono, voy a renunciar al arrendamiento de la línea telefónica que tengo firmado con él. Un Chente menos, y de los más pagadores, lástima…
Y como si hablara consigo y para sí, el soliloquio. (Nosotros, oyéndolo):
«¿Mi decisión de rescindir el contrato? Sepan ustedes que una noche de estas, a deshoras, en mi catre de célibe recibí un telefonema, sospechoso como todos los que a diario recibo, y que me espantó. La madrugada seria cuando, de pronto, el timbrazo. Yo, al respingo, pepené el auricular: «¿Sí?», grité medio dormido. Del otro lado, silencio. «Sí, quién es!» Allá, una como respiración agitada. Yo, enredado con el mameluco, mi osito de felpa, el gorro de dormir.- «¡Conteste!» Allá, como de una distancia inconmensurable, una respiración alterada, llena de raspaduras. De reojo miré los números luminosos del reloj: las tres con quince y sereno. Llévame la tiznada, con perdón. «¡Quién es el insolente que me despierta y me deja con la palabra en la boca!» Colgué, o más propiamente: con el auricular pegué el mazazo contra la base para ver cuál de las dos saltaba en pedazos. En posición fetal me enrosqué en el colchón.
Con el gordo en la boca y a chupadas enérgicas (el dedo de la mano derecha) invocaba el sueño, cuando de súbito nuevo timbrazo, nuevo reclamo de mi parte, y del otro lado sólo una respiración ¿burlesca, jadeante, de quien se fatiga en el lance de amor? Una voz ¿de anciana, de niña? que parecía venir de muy lejos: «Luis…» «¡Sí, diga, cese y a este juego irritante!» «Luis…» Yel silencio. Colgué, para que a los minutos: dos, tres timbrazos; dos, tres maldiciones; me golpeé la oreja con el auricular: «Diga, con un canaco!» «Luis…» Yo, ya impaciente: «¡Muérete! ¿Oíste? Muérete!» Y dejé descolgado el auricular. Y el miedo, el terror, el insomnio, el prozac, el valium. ¿No los estoy aburriendo.. ?
Cómo una llamada a deshoras no me iba a llenar de desconfianza. Cómo no, si por estos días he recibido telefonemas a cual más de siniestros, macabros, escalofriantes. En uno,una voz de mujer me anunciaba que felicidades, que me gané un televisor de sabe cuántas pulgadas. Gratis. Y que le proporcionaralos datos para… ¡colgué! Y qué voz también timbrada, voz aterciopelada, la del banco trasatlántico de Beijín que me anunciaba ser el agraciado poseedor de mi tarjeta de crédito con validez universal. Para que llegase a mi domicilio, proporcionar los siguientes datos… ¡Friégale, y el colgón! (Nosotros, oyendo.)
Es así como por culpa del teléfono que Slim tuvo a bien rentarme luego de que esa facultad de la nación la transfirió Salinas a las manos del prestanombres, he sido el afortunado ganador de artículos de línea blanca, de artículos para el hogar, de viajes a Disneylandia, de un consolador (femenino). Una agencia de viajes me quería transportar de gratis a la ciudad de México, ¿la conocía yo? Y luego las llamadas telefónicas en las que se me invitaba a dejarme llevar por la pasión y, en cierto nidito que del que se me daría la dirección, mantener una cita amorosa. «No te vas a arrepentir, querido». Una de esas voces, casi estoy cierto, era de mujer. El lunes, una ánima acomedida me informó que yo estaba detenido en el aeropuerto, bajo sospechas de algo sospechoso, pero que el comandante estaba dispuesto, mediante cierta cantidad… dejé descolgado el teléfono. Culpa de la inseguridad, no de Slim ni de sus teléfonos, pero, señores de la tertulia:
Al día siguiente del telefonema a deshoras, uno de mis hermanos completó la llamada: allá, en Ario de Rosales, mi madre acababa de morir, y murió sin poderme decir sus últimas palabras. Por teléfono». (El bohemio calló.)
«Y pareció que sobre aquel ambiente-flotaba intensamente- un poema de amor y de amargura…» No, si les digo. (En fin.)