Y esa moda grotesca en que hemos caído de imponer a los recién nacidos nombres ajenos a la tradición cultural mexicana, ¿no les produce calambres? A mí sí y aquí mi experiencia personal: muy temprano aquel día con el niño, la madre y el par de testigos, en el volks. enfilé rumbo al registro civil, extravié la ruta, llegué a media mañana y nos formamos todos en una cola de cuadra y media. Al mediodía ya estábamos a diez madres de la funcionaría que me otorgaría factura, tenencia o engomado de verificación del mamoncillo. De repente, ¿y eso? ¿Qué estaba ocurriendo frente a mis niñas, las de mis ojos? Diez madres adelante, la del suéter color plúmbago había llegado ante la funcionaría y mostraba al de pecho, un lindo chamaco mestizo, puro mexicano, vale decir: prietillo, chato, jetón, hirsuta pelambre. «¿Nombre para su cursientito?»
– Crístopher, o sea: Chistopher Chimal. / «¿Crístoper nomás?»
– Nomás Crístopher. Le pensábamos poner Crístopher Brayan Conan Roñal, pero a la hora de la hora aquí su padre…
– ¿Mi padre? Si yo hubiera conocido a mi padre…
– Su padre de él, de Cristopercito. A última hora se decidió por Crístoper nomás. ¿No, viejo? que Brad Ronal Brayan Conan ya en La Tusanía, la colonia, están muy chotis. Nomás Crístopher Chimal, pa servir a usté.
Crístopher se le quedó, y vino entonces la criatura de la ventruda de los mallones color mostaza y el bolsón (no marido, la pañalera). El crío cimbrábase, berreando a todo pulmón. La madre: «Ya, pues, ni modo de sacármela pa dártela al aire libre. Ese de los mostachos con facha de pseudo-neo-comunis-toide me la clavó, su mirada libidinosa. ¡Y tú, Yeneví, no te me retires, que el bigotón chance y hasta robachicos!»
La criatura de los berridos hagan de cuenta melliza de Crístopher: morenilla, jetoncilla, cachetoncilla, jalados los de apipizca y aplastada la nariz.
«¿Nombre del gordis? / «Es chavita, míreselo». (Y le mostraba el arete de bisutería.) / «¿Cómo va a llamarse su triponcita?»
– A ver, aquí lo traigo apuntado en este boleto del Metro. Mi nena se va a llamar… Jaina Dayana Leididí, de apellido Guémez. / «¿Nada más?» / «Nada más. Ya en el boleto no cupo dónde apuntar los otros nombres que le habíamos escogido. Yenifer Melania, o algo así. Ya no me recuerdo».
Y sí: aquellos prietitos (del mismo arroz) quedaron registrados con el nombre de Yojan Eric Benítez, Laila Jana Barrón, y una Bete Vladimira, dos que tres Yons, y diversas Nailas, Roselas, An Meris y Giovannas Maurín. De repente me vi frente al escritorio:»¿Y su pelón?»
Sentí que me ponía colorado. Disimuladamente me revisé el cierre del pantalón. Entendí la pregunta. «Juan, señorita». / «¡No soy señorita!» / «Señora, perdón» / «¡Que no soy señora!» / «¿Divorciada, viudita? / «¡Licenciada, si me hace el favor! ¿Nombre de su chamaco? ¿Está seguro que es suyo?»
– Juan, señ… licenciada. Juan Mojarro. / «¿Que qué? ¿Es burla, mamila, choro, choteo?» / «Juan, como Juan mi padre» /» ¡Tampoco, señor! ¡No me pusieron aquí nomás pa que cualquiera me lo venga a choriar! ¡Todavía me dijera Yónatan! ¡El que sigue!» / «No me lo tome a mal, licenciada. Juan se llamaba mi padre y…»
– Pos ultimadamente allá usté con sus excentricidades. Qué ganas de darse a notar. A ver, ¿cómo fregaos se deletreael nombrecito ese?
Regañado frente a mi amantísima. Sentí caliente la cuera. Por fortuna uno de los testigos, el Cosilión, salió al quite: «Era broma, licenciada, no se lo tome a mal. El niño va a llamarse Cristian Zahuindanda, como en una película creo que de vaqueros. Cómo pasa a creer que al chamaco lo íbamos a infelizar de por vida enjaretándole un nombre así de exótico. Quezque Juan…»
Y me guiñó el ojo. Vi que la señ… licenciada se suavizaba: «Así si, pa’ que vean. ¿Cristian Zahuindanda nomás? ¿No quieren aprovechar pa que de una vez le pongamos Errol Fedor Shankar? Malcom Morgan Galaor visten mucho. Grégori Michelé…»
Yo, aquellos espeluznos que me bajaban del cogote a la vértebra terminal y se seguían de filo: «Vamos a dejarlo en Cristián, si le parece».
– Así sí, no que el exoticismo ese. ¿Cuál era, cómo lo pronunciaba usté? Ah, sí, J-u-á-n, con acento en la juá. Quería darse a notar, pasarse de lanza…
Cristian quedó registrado. (Pero aquí entre nos: yo, en la intimidad, cuando nadie me podía escuchar -mucho menos ella, la licenciada-, tomaba a mi niño en los brazos, lo miraba a los ojos y en un susurru nombrábalo Juan, mi hijo, como mi padre Juan. Esto, cuando nadie me oía.) Juan, hijo. Y, mis valedores: algo acá, muy adentro, se me reblandecía, como aún se me reblandece hoy que mi niño se me torna un hombre. Como mi padre. (Juan…)