Yo no soy malo…

Qué malo voy a hacer. Si así fuera tendría hijos drogadictos, borrachos. A todos los formó bien, y como formé mi casa, tomé la Dirección Federal de Seguridad y ya…

Y a sus declaraciones del pasado jueves Miguel Nazar Haro agrega: «Me quieren juzgar por la vía maldita». Algo semejante, mis valedores, ¿no lo perciben ustedes en el silencio de Luis Echeverría y Mario Moya Patencia, los dos torvos personajes a los que la torpeza de unos, la inmoralidad de otros y unas leyes amañadas acaban de liberar de toda culpa por los regueros de cadáveres que van del 2 de octubre de 1968 al 10 de junio de 1971 y los que se desperdigaron más tarde por toda la geografía nacional? Los matanceros de ayer tratan hoy de pasar por corderos. Es México.

Por cuanto al antedicho Miguel Nazar Haro, leo en el reportaje de Raúl Monge (Proceso, abril, 2003): «El 13 de agosto de 2002, Federico Emery recibió una inesperada llamada telefónica en su casa. Era Miguel Nazar Haro, el hombre que lo sometió a un macabro experimento en 1969 al ordenar que se le suministraran sustancias alucinógenas para obtener información sobre los grupos subversivos activos en aquella época (…) Quiero hacerte algunas precisiones -le dijo Nazar en un tono tan cordial que a Emery le causó mayor preocupación de la que de suyo la llamada te había producido…»

En concreto: que no revelase detalles de anteriores sesiones de tortura. «Yo en eso nada tengo que ver. Yo era sólo un pinche policía». Yes como para preguntarte: ¿él, como sólo un «pinche» policía, normó siempre su conducta policíaca de acuerdo a la ley? La denuncia contra el carnicero que nada tiene que ver con aberraciones como el horror de la tortura:

«Un cuarto todo pintado de negro. Rodeado de agentes, en la cara la luz de reflectores fuertes. Ahí conocí el lenguaje de la tortura: le decían fotos a los golpes; y según su intensidad, eran infantiles, de certificado y de pasaporte. Las de pasaporte eran golpes de veras. Seguí en el interrogatorio. Más fotografías de supuestos o reales miembros de la Liga. Vi la mía, muy vieja, de cuando estudiaba en el CCH. De pronto.- «¡Atención! Ahí viene el jefe». Todos se pusieron de pie y entró a quien llamaron Señor o Jefe, así, con mayúsculas. Me hizo las preguntas de rigor y me propuso un trato.- Te doy un boleto de avión al país que gustes a cambio del paradero del Piojo y de la Morena. Tú ya caíste, sálvate. Me importan ellos. No me digas nada ahora. Piénsalo.

Y se fue. Después vino lo peor. Me llevaron a ver los cadáveres. Estaban en el estacionamiento. Tres compañeros. Tere, Brenda y un cuate desconocido para mi. Las mujeres, con el tiro de gracia en la cabeza, sus cuerpos sucios, ya rígidos. De nuevo al cuarto, ahí estaba el Señor. ¡Pinche guerrillero. Nos quieres ver la cara, te vas a morir! (Sacó una pistola de nueve milímetros, cortó cartucho) ¿Vas a cooperar? Me vas a decir todo o te mueres en este momento. (A pesar de la fuerte luz de los reflectores, en el instante en el que el Señor se puso frente a mí colocando el cañón de la pistola sobre mi sien derecha, pude distinguir su tez blanca, sus ojos claros, inconfundibles. Me parecieron eternos los momentos hasta que escuché el golpe del martillo al jalar Miguel Nazar Haro el gatillo. No tenía tiro en la recámara).

Después me llevaron a una oficina donde estaban Romeo y Joel. A éste lo estaban torturando bien feo. Lo tenían desnudo y mojado y te daban toques con un cable que habían zafado de una lámpara. Ellos pretendían que confesara que pertenecía a la Unión del Pueblo. Y que dónde estaba su hermano, que les dijera quien dirigía el asunto y hasta gozaba con aplicar la tortura era el que te decían el teniente. Joel comenzó a tener una especie de parálisis y como que ya no podía respirar. Le dejaron de aplicarlos toques y le dieron de puntapiés y golpes para que dejes de hacerte pendejo. Pero no reaccionaba.

A los demás nos sacaron rápidamente. Pasaron varios días de golpes, toques y amenazas. De ahí salieron declaraciones de lo que sí y de lo que no. Pero a Joel no volví a verlo. Supongo que eran de él unos quejidos lastimeros que se oían cuando había silencio. Después me siguieron torturando. Joel está entre los desaparecidos». Y -«yo no soy malo»- la escena final:

«No publiquen los nombres y les prometo que investigaré. Y Jesús Reyes Heroles, Secretario de Gobernación, despidió a tos juristas de varios países, todos defensores de los derechos humanos, que le habían ratificado múltiples denuncias: hay persecuciones, hay torturas, hay desapariciones. Y lo más grave. Comprobamos la participación directa, personal, de altos funcionarios gubernamentales en actos de tortura…

¿Los torturadores de oficio y vocación? Fernando Gutiérrez Barrios, Raúl Mendiolea Cerecero, Migue «yo no soy malo» Nazar Haro. (Volveré con el tema.)

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