El libro, mis valedores, nuestro alimento espiritual. Leo en el matutino que como medida de seguridad tras el asesinato de algún narcotraficante, durante seis larguísimos meses los internos del Penal de La Palma se quedaron sin acceso a ninguna clase de libros, y que ahora pronto se reanudará el servicio, proporcionado por una biblioteca de apenas 100 libros. Hace algunas semanas, a propósito, recibí una llamada aquí, en nuestro Centro de Acopio de El Valedor, solicitando libros para crear una biblioteca dentro de alguno de los penales de esta ciudad capital. Los libros (más de 100) aquí aguardan al solicitante. ¿O la biblioteca quedó en veremos? En fin.
Por cuanto a todos ustedes, que viven afuera del penal, ¿cuántos libros llevan leídos en lo que va del año? Y las horas que en ese lapso han entregado al cinescopio, ¿cuántas son? ¿Y así queremos llegar al difícil ejercicio de pensar y a la autocrítica, y de esa manera dejar la etapa del clamor que e-xi-ge un padre (Creel, Madrazo, López Obrador) que nos proporcione, como a los adolescentes, seguridad y castigo? Mis valedores: a leer. Cuanto antes. ¿O seguir con el espíritu endeble..?
Un género literario, espléndido, les recomiendo ahora-, la novela del esperpento, esa hija legítima, natural y putativa de la picaresca española, madre admirable a la que en nuestros países al sur del Bravo le nacieron hijos escasos y encanijados, hijos no bien paridos como pudiésemos esperar de un continente que vive el y del esperpento (su segunda naturaleza); que del esperpento ha hecho un arte pero no una literatura. En México, un Periquillo Sarniento, un Canillitas, un Pito Pérez, un poeta Margarito. Y así en los países al sur.
Mis valedores: dos novelas del esperpento les aconsejo que delinean el retrato hablado de nuestro país, ayer y hoy, pero de autores españoles que vivieron en México y Argentina: Ramón de Valle Inclán y Francisco Romero. El México de ayer se refleja en Tirano Banderas, Novela de Tierra Caliente: Santa Fe de Tierra Firme en las cartas antiguas Punta de las serpientes…
Ahí el autoritarismo de un Santos Banderas (López de Santa Ana y otros López, Porfirio Díaz y el Díaz Hordas, Echeverría) que a encierro, destierro y entierro rige un país cada día más descontento, hasta que un día, de súbito, en un movimiento espontáneo, lo consabido: en Punta de las Serpientes surge un personaje de tono menor, sin temple de caudillo, de escaso relieve físico y endeble carácter, que va a ser (el menos indicado, como en todo movimiento espontáneo), quien incendie una pradera recalentada, un trópico que en Tirano Banderas es farsa, tragedia, humor y espléndido lenguaje. Léanla. La novela de Francisco Ayala se titula Muertes de perro, y tiene de escenario un paicillo de embuste y esperpento cuyos destinos rige el presidente Antón Bocanegra, quien gusta tratar los asuntos de gobierno sentado frente a unos ministros que permanecen de pie. Sentado, sí, en la taza del lugar excusado, ante unos funcionarios que se mantienen de pie, una manera de culimpinarse ante el dictador. Desdichado país.
Que el presidente rige los destinos de la república, dije allá arriba, pero dije mal: quien maneja toda la vida pública del mortecino país no es el presidente, carácter de jericalla, sino su «pareja presidencial», la «primera dama», terminajo copiado a los gringos que por halagarla le endilga una prensa servil. Ella es Concha Bocanegra: mujeruca hasta ayer insignificante cuyas dotes de audacia carente de escrúpulos y arribismo (trepadora y logrera) la encaramaron en el palacio de gobierno, donde ya como «primera dama» desnudó su compulsión por la demagogia, el derroche y los lujos, para descararse en rastacuerismo ostentosos y afán protagónico, Concha, desde lo alto, desde allá arriba, teje su telaraña de compinchajes y complicidades, intrigas palaciegas y maniobras politiqueras, acuerdos secretos y demenciales saqueos que enriquecen a toda su parentela, y la predación de la Concha páguelo un paisanaje pobre y empobrecido por la siniestra mancuerna. Mis valedores:
Conozcan, en Muertes de perro, a esta Concha hipócrita y tartufa a la que en cierta ocasión, revisando su guardarropa (de primer mundo en un mundo de tercera), le dio la ventolera de humillar a todos los. ..
Fue ahí: a medias de la tertulia de anoche me la interpeló el juguero:
– A mí ya me la picó, o sea la curiosidad. ¿Como en cuánto calcula que me venga costando conocer ala Concha esa..?
La pregunta me sorprendió: «Pues ciento y tantos pesos, supongo».
– Ah, no, esa Concha no vale docenas de jugos-, yo de loco compro la novela; mucho más barato me sale el periódico, diez varitos.
¿El periódico? ¿Qué tiene qué ver Concha Bocanegra con el periódico? Yo no entendí lo que quiso decir, como ustedes tampoco lo entienden. (¿O sí?)