La susodicha, mis valedores: ¿es o no es abortiva? A mí, el veredicto de la ciencia me basta: «No es en forma alguna abortiva. Lo que hace es inhibir la ovulación e impedir que se unan el óvulo y el espermatozoide. Una vez que se ha instalado el embarazo, la pastilla no tiene ningún efecto». ¿Más claro?
Tal método anticonceptivo de emergencia no es abortivo, de acuerdo, pero en otro sentido, ¿transcurrido qué lapso, luego de la concepción, el producto, el embrión, el feto puede ser expulsado como una adherencia más dentro del organismo, y cuándo ha adquirido la categoría de una vida humana que hay que respetar, preservar, o se cae en el asesinato? Científicos, facultativos, filósofos y ministros de diversas religiones aún no se han puesto de acuerdo, lástima. Pero hablando de abortos… Que con el anticonceptivo de emergencia se evita, precisamente, la práctica del aborto, afirman los estudio-sos, y la pregunta del candido: ¿pero en nuestro país se practica el aborto? Y los investigadores: legal o ilegal, se ha practicado siempre y en todos los estratos y grupos étnicos. Durante toda su historia la sociedad mexicana ha practicado y practica el aborto inducido ilegal, al margen, a pesar y en virtud de la legislación penal que siempre lo ha sancionado. La clandestinidad en que se practica, debido a la prohibición legal, repercute en forma negativa en la vida comunitaria. Como para reflexionar, como para darle su exacto valor a la pildora anticonceptiva, aquí una evidencia de la simulación, segunda naturaleza del mexicano:
En México, afirman los analistas, coexisten dos países, uno ficticio y otro real. La contradicción entre estos dos niveles es descomunal. ¿Su consecuencia? El predominio de la mentira que, a su vez, es una de las causas de la corrupción y la inmoralidad públicas. El problema del aborto es un ejemplo muy claro de esta simulación. Las prohibiciones contra el aborto prolongan y fortifican el país irreal, el país de las frases frente al país real, el país de los hechos. «Esta es una de las razones que nos inclinan a pensar que la legislación que condena la práctica del aborto debe suprimirse». En México, las mujeres abortan, pero queremos creer que no lo hacen; el Estado cree castigar el aborto y por ello quiere creer que no existe. El número de juzgados y sentenciados por este delito es casi imperceptible frente a los millones y millones de abortos desde que están en vigor las leyes actuales. La sociedad mexicana cierra los ojos ante el aborto mientras lo practica a escondidas, y el fenómeno sigue en aumento, precisamente por la actitud puritana del Estado de mantener una norma legal absolutamente impracticable. «El Estado debe ser imparcial, reconocer que el aborto inducido no es un delito y aceptar que es una cuestión que cae en la jurisdicción de la moral individual y que la decisión corresponde a la pareja, esencialmente a la mujer. Así como el Estado no puede obligar a las mujeres a confesarse, comulgar o practicar cualquier otro rito, tampoco debe convertir un problema de moralidad Intima, como el aborto, en un delito«.
El aborto es arma de dos filos y tiene connotaciones muy negativas: asesinato, crimen, pecado, homicidio, libertinaje, destrucción, egoísmo. «Puras razones morales para ignorar las de tipo social y económico (…) Quienes se oponen al aborto, siempre en función de sus intereses de clase y de posición ideológica, son los partidos políticos y profesionales de la clase media, organizaciones patronales, eclesiásticas y religiosas y caciques regionales (…) Ello propicia una monstruosa demanda de abortos, un mercado negro e ilegal practicado por mercaderes (…) Pero el aborto es un problema de derechos humanos, algo que debe decidir fundamentalmente la mujer. Ni la iglesia ni el Estado pueden disponer de él».
Y que no es, como se afirma, un problema de jóvenes, de solteras o de relaciones extra-conyugales u ocasionales. Que el aborto es practicado con más frecuencia, quién lo dijera, por mujeres casadas, con muchos hijos, católicas y en una edad promedio de 30 años. En esta ciudad capital los médicos practican sólo uno de cada 12 abortos, y un gran porcentaje de mujeres fallecen o quedan lesionadas en su capacidad reproductiva, sexual y de estado general.
Y la conclusión: que al margen de consideraciones religiosas, el feto es una persona humana en potencia; interrumpir su desarrollo vital «no tiene ni el valor ni las consecuencias que tendría en un ser humano actualizado». La mujer que aborta voluntariamente no califica al producto de su concepción como persona humana y, puesto que es a ella a quien primordialmente corresponde el valorarlo, «interrumpir el proceso vital del producto de la concepción, hasta su viabilidad, no es inmoral o malo». El veredicto de los científicos, definitivo.
¿El resto? A la libertad de conciencia de todos ustedes. Sin más. (Vale.)