Dalila y Sansón

Esta vez, mis valedores, el Hércules de la Biblia, Sansón. Su historia, por hazañosa, la conocemos todos. Que siendo humano, sabemos, en una de esas fue a conocer un achaque maravilloso que nombran amor, el mismo que sería su perdición. ¿La que al héroe aniquiló? Dalila. Lo hermosa que debió de ser, lo sensual y bien dotada la sota moza, que así logró embaucar al forzudo, y a caricias y calentamientos doblar como parafina un carácter de acero. Bien haya la bien nacida, que ni trabajo da amarla. (Como tú, mi Nallieli, que…)
¿El resto del drama? Rendido al amor y sus deleitosas hermanastras (lujuria, lascivia, concupiscencia), el forzudo reveló a Dalila el secreto de su fortaleza (como piojo, el vigor se le anidaba en la pelambre); la pérfida, entonces, procedió a dormirlo, raparlo y entregarlo a los que en pago buenos oros le dieron: los filisteos, enemigos jurados de Sansón y su pueblo judío. Ya débil lo redujeron, le sacaron los ojos y lo ataron a una rueda de molino. Y el gran final: ciego, vejado, apaleado, vuelta y vuelta al molino, cierto día, por burlarse de él, los filisteos se lo llevan al templo, donde el pueblo celebra una ceremonia idolátrica. Sansón tantea las columnas, se afianza a las dos centrales, y encomendándose a su Dios: «¡Aquí murió Sansón con todos los filisteos…!»

¿Sus símbolos? Muchos. El violento final del héroe que se inmola por amor a su pueblo sojuzgado preludia el sacrificio del kamikaze, «terrorista defensivo», que así saca la cara por su país, invadido por los «terroristas de Estado». No caer en la manipulación de los «medios», manipuladores de masas, que satanizan a los patriotas que cambian su vida por la del enemigo. ¿Que las de Nueva York, Madrid, Londres eran civiles, víctimas inocentes? ¿Y las víctimas que en Irak asesinan las tropas del enemigo imperial? ¿Esas qué son?

Un símbolo más, que atañe a todos nosotros: como Sansón, el paisanaje es fuerte, robusto, poderoso. Ciento seis millones en nuestro país. Potentes somos en número y en el aspecto legal, que así lo proclama el 39 de la Carta Magna: «La soberanía nacional reside esencial y originalmente en el pueblo. Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste. El pueblo tiene, en todo tiempo, el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno». Esto, a través de los Poderes de la Unión.

¿Pero cuándo los tales no cumplen su cometido porque forman parte del Sistema de poder, cuyos intereses no son los del pueblo, sino que, peor aún, se les contraponen? ¿Entonces? Ya oigo al ingenuo: «Para eso los mexicanos vivimos en una democracia, y con el voto podemos elegir a nuestros dirigentes». Y yo le pregunto: ¿»Nuestros dirigentes? ¿Nuestros, o del Sistema de poder, que periódicamente y por la vía de unos partidos políticos que son parte integrante de ese mismo Sistema, nos apronta no a nuestros sino a sus candidatos para que votemos por los que mejor nos apetezca? ¿Acaso no creó los candados que nulifican a candidatos independientes, candidatos nuestros, esos que, por otra parte, nunca nos hemos preocupado por formar para darnos un gobierno aliado, un gobierno nuestro, uno que mande obedeciendo…?

Ese Sistema, consciente de que con cada votación desilusiona una y otra vez a las masas, teme que las tales piensen, reaccionen y se alebresten, pero conoce las reservas de credibilidad de las masas y sus irrefrenables, irracionales ganas de creer una y otra vez. Entonces activa los medios de condicionamiento de masas, integrantes del Sistema de poder, que machacan ante el paisanaje una «democracia» de la que no revelan su significado cabal ni cuánto nos viene costando a los mexicanos, y entonces sí, a enfervorizarnos con una politiquería de corto plazo que a las desencantadas masas les infunde nueva esperanza, siempre irracional, y les incuba la ilusión de que sus candidatos son candidatos de todos nosotros. Y todos nosotros a tomar partido por este o aquel, hasta ese grado en que se alcanzan excesos como el de la multitudinaria respuesta popular al desafuero de López Obrador. Mis valedores:

A falsas caricias y diversiones zafias la dementida Dalila nos mantiene en la ignorancia de lo que enseñan la historia, la lógica y la realidad objetiva: que los sistemas de poder son enemigos de todo cambio favorable a las comunidades y que de ellos nada al respecto debemos esperar. Desde los «medios», Dalila nos ha cegado, castrado el vigor y atado a la rueda de molino; nos mantiene en la dependencia, la sumisión y la pasividad; vueltas y vueltas, mulos de noria, ratoncillos de laboratorio corre y corre sin salir de un mismo sitio en la banda sin fin. La maniobra del Sistema nos zambulle en las arenas movedizas de la política de corto plazo, politiquería vil, y el manipulado Sansón a elegir candidato y a dar a la papeleta una fuerza mágica inexistente: «con ella, al cambio». «Esta vez sí se pudo». Con Creel, con el Peje, ¡con Madrazo! ¿Y la Historia, la lógica, la realidad objetiva? Ah, ciego Sansón. (En fin.)

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