Mis valedores: el hedor.
Ayer les contaba que al irme a recoger (en la soledad de mi cama) me sorprendió un mal olor en el cuarto, y que a rastrear el origen de la pestilencia me ayudó mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. y promotor de todo lo que apeste a Madrazo. La crónica: Ya había examinado el 80 por ciento de la habitación: cama, zapatos, chonchines, ¡y hasta el sacro cendal del Cristo de mi cabecera, no fuera ser!, cuando le tocó el turno al reloj de cucú. Le abrí la tapa, metí las narices entre el pájaro y sus dos contrapesos, para que el dueño del cachivache, o sea el consanguíneo:
– ¡No te metas con mi cucu! Mejor te metieras con tu chinche computadora, chance y se le haya fundido un bulbo.
(Un bulbo, dijo.) Seguimos, podencos magníficos, olisqueando. Yo, los pelos de alfombra trenzados a los de las fosas nasales, cuando, de súbito, el consanguíneo: «¡Eureka, como dijo Empédocles! ¡Aquí está el jedor, huélele..!»
En el mapamundi, sí. Vetusto, ya muy pasado de moda. Como todos los construidos antes de los 80s., la reliquia familiar aún exhibe en Rojo los territorios que hoy son color aguachirle, y todavía blancos algunos que acaban de enrojecer Yugoslavia, todavía sin balcanizar. Checoeslovaquia, un nombre todavía enterizo, sin dividir. México, todavía con una frontera con el vecino imperial. Tenue, tímida, indecisa, pero frontera todavía. Se las arrimé a Europa, mis narices: «¡Cierto!
¡Algo está podrido en Dinamarca..!»
– Qué móndriga pestilencia, pa Sumatra. Huélete el estrecho, o sea el de Los Dardanelos.
Y no sólo el estrecho; el ancho también, todo el territorio de Irak, de Afganistán, de Palestina. A sangre inocente, sangre recién derramada por esa cáfila de Sharones, perros de guerra que en su carnicería invocan la democracia y el holocausto hitleriano. Sentí que se me aflojaba: porque, mis valedores, yo no soy de esos ingenuos que andan creyendo en fenómenos paranormales, qué voy a creer, ni de esos charlatanes ventajistas que se los hacen creer, pues no, pero ahí, en el mapamundi: ¿y ese olor a corrupción cuando mis narices rastrearon Rusia, Israel, Irak, Norteamérica, con su industria de guerra? ¿Y esos multicolores remiendos del Cono Sur? A muladar, a favelas, a miseria remojada con alcohol, una virgen en su marco dorado y un balón futbolero; pestilencia a toda la manipulación que ventosean todos los canales del desagüe, comenzando con el canal dos. El Jerásimo:
– Guácale, le di las tres a México, qué chinche jedor.
Me dolió tan ruda expresión, pero al olisquear la entrañable cornucopia, ájale, a puro sistema de poder, a Vicente Fox, a faldas (levantadas), a hijos de las faldas, a mofle de jet de los hijos de las faldas, a mujeres desgarradas en Ciudad Juárez, a Cartel de Juárez, al del Golfo, al del Tucom, al de la Gordillo, al de las faldas. En Guerrero aún no se extinguía la pestilencia a perro bulldog, y en yucatán, todavía perceptible, a vicioso bien pacheco cervera.
– Huélete el de Morelos, bigotón. A puro Estrada Cajigal.
– Y la pestilencia del gobierno chiapaneco, donde amenaza con volver el hediondo Roberto Albores, tal vez con su buen escritor y abyecto maromero de todo signo político, el Eraclio. ¿No te apesta a Zepeda, Jerásimo..?
Y así el resto de los amados parches del territorio: a descomposición global que se refinaba en el DF, todavía corrompido a puro Oscar Espinosa. Me vino la arcada. «¡No puedo creerlo! ¡Un fenómeno paranormal! ¡Este mapamundi es el vivo retrato, tamaño infantil y sin retoque, del original! ¡Esto hace trizas mi fe en el conocimiento científico y en la realidad objetiva! ¡Nadie va a creérmelo cuando lo cuente! Y no tener un testigo en quién apoyarme…
– Ma, ¿y luego yo? ¿Estoy pintado, o qué fregaos..?
– Tú no eres más que un priista. ¿Alguno le creería a un priista?
– ¡Acá está el jedor! ¡En el cráter del Titicaca!
¿Cráter? Ningún cráter: un agujero en la lámina. Encendí la de mano y la enfoqué hacia el interior de la esfera. Válgame, en plena cara el chicotazo de las pantconeras al escapar en frieguiza. Y fue así, mis valedores, como quedó al descubierto el carcaje, la carne podrida y la explicación racional del fenómeno. ¿Cómo entró aquella rata, cómo fue a entregar su alma al creador dentro del viejo mapamundi que le sirvió de ataúd? Misterio. Pero, mis valedores: a mí, que me río de los tales fenómenos paranormales, me volvió la fe en su condición de patrañas. Para mí, la Suave Patria es inaccesible al deshonor. A pesar de los Fox y las faldas arriscadas. Y qué pena, no pude reprimir el impulso. Volví el rostro hacia el zoológico de Chapultepec, alcé el brazo, tracé una como bendición de microbusero. ¡A las faldas, a los hijos, a..! (Fox.)