De uno a tres años de prisión, así como de cincuenta a doscientos días de salario mínimo, como multa, al que provoque o incite al odio o a la violencia, excluya a algún usuario, o niegue y restrinja los servicios a personas que se distingan por su orientación sexual…
– ¡Basta ya! ¡Respeto a la mujer y sus preferencias sexuales! ¡Venimos a gritar al gobierno y a la Iglesia que tenemos ciudadanía! ¡Que el cuerpo, que mi propio cuerpo, no es de la Iglesia, no es del gobierno, no es de los partidos políticos! ¡Mi cuerpo es mío..!
Qué bien. Por encima de todo y de todos, las compañeras del lésbico amor demandan respeto incondicional para sus derechos de humanas y ciudadanas. ¡Alto a la discriminación de género! Que cese la matanza de mujeres en Ciudad Juárez y se esclarezcan, por fin, y que por fin se resuelvan los casos de nota roja de cientos y cientos de cadáveres violados, macerados* desgarrados a mordiscos en pechos y genitales, con las víctimas de los sicópatas, de los pervertidos sexuales, padeciendo inacabable muerte por asfixia, bala, arma blanca, con el más aberrante y atroz de los lujos, el de crueldad. ¡Alto a la siembra de cadáveres en Ciudad Juárez..!
Tales son las constantes exigencias que las compañeras lesbianas suelen escupir al rostro de una comunidad que disfraza sus vicios encubiertos con la máscara de las «virtudes» públicas que nunca pasan de moralina vil, mojigatería y tartufismo. ¡Basta ya!, claman las compañeras que enfrentan cara a cara los dogmas, prejuicios y sectarismos del Sistema y el individuo, del macho al que se han cansado de soportar. ¡Basta..!
Pues sí, pero lástima, mis valedores, porque fueron mujeres (no lesbianas, por supuesto), las que hace algunos ayeres corrieron a denunciar a determinadas parejas de homosexuales que se manifestaban su amor en el Metro, para que de allí fuesen arrojados por guardias que apelaron a la Ley de Seguridad Pública e ignoraron la fracción del Código Penal del D.F., citada al principio y que supuestamente garantiza sus derechos. El incidente, que debería avergonzarnos, pasó casi inadvertido, como también las «razones» de los de Seguridad, muy al modo de la moralina y la gazmoñería de las épocas rancias:
-¡Los homosexuales deben respetar al público usuario y no mostrar sin pudor alguno sus desviaciones! No pueden tocarse como si fueran un hombre y una mujer. Provocan traumas a los pequeños y a los jóvenes. Esas cosas son degradantes. Nuestra obligación es pedirles que salgan de las instalaciones, y esto a petición del público usuario.
Sobre tal modo de proceder, de homosexualismo vergonzante (la atracción del abismo), mucho pudieran decir los especialistas en la humana conducta. Pero en fin, ¿que alguno de los presentes, avergonzado del medieval espectáculo, se hubiese opuesto (nadie se opuso) a la discriminación, a la persecución en contra de los homosexuales? ¿Que alguno se hubiese atrevido (nadie se atrevió) a protestar por el aberrante maltrato y la violación a los derechos de humanos y ciudadanos del odio irracional y homofóbico contra los «gays»? Las «razones» de los empleados del Metro:
– ¡Los derechos humanos de los homosexuales terminan donde comienzan los de los niños y demás ciudadanos! Si a algunos no les gustó nuestra acción, ¿qué . harían si viajan en el Metro con sus hijos, sus esposas o sus novias, y ven a dos hombres o a dos mujeres acariciándose? Ah, ¿verdad? ¡Eso no se acepta en la idiosincrasia del mexicano..!
¿La qué de quién, dicen esos? Válganos Dios con la rampante ignorancia y la mediocridad de las masas, mediocridad e ignorancia malparidoras de sietemesinos engendros como el prejuicio y el dogma, la intolerancia y el sectarismo que pueden desembocar en el linchamiento de los «diferentes». Pero un momento, mis valedores: ¿semejante homofobia es lepra y cochambre sólo de mediocres como los tales guardias de seguridad en el Metro? No, que también en el vivo corazón de nuestra UNAM, donde, según lo denuncia el Grupo Universitario por la Diversidad Sexual-UNAM, operaba (¿opera todavía?) un grupo homofóbico denominado, Cristo Dios, MAP, Movimiento Anti-Putos (textual, y qué vergüenza tener que transcribir semejante tufarada de aliento pestífero), «cuyos miembros extorsionan y agreden, incluso con bates, a los estudiantes de la comunidad gay. A algunos les han llegado a romper la nariz». Integrantes de Auxilio-UNAM, el equivalente a los guardias de seguridad en el Metro:
– Te cáis con 500 pesos o te quedas encerrado, pinchi puto…
¡Esto, en nuestro país! ¡Esto, nada menos que esto, en el corazón de nuestra UNAM! La náusea. Mis valedores: he de seguir con el tema. (Vale.)