Que si ninguno de ustedes se ha muerto de miedo frente a la inseguridad pública que padecemos en esta ciudad, les pregunté ayer, y que si no andan pensando huir a Miami como las estrellitas del Gran Canal, que pronuncian Mayami. Inicié, al propio tiempo, el dramático relato de la familia Tolentino, Julio Julián y su Chagua, que al regresar de Agua Hedionda se encontraron con el depto. patas arriba. Se lamentaban y discutían si fue robo o cateo.
– ¡Fue robo, Julio Julián! ¡Mis videos sólo para mujeres! ¡Mi vibrador! ¡Qué van a pensar de mí los rateros!
– ¡Te digo que fue cateo! A ver si los vecinos notaron si fueron los de la PFP o si fueron preventivos o judiciales los que nos la vinieron a hacer de UEDO.
De pronto, frente al portón derribado de la cocina:
– Gordo, ¿ya viste? Todo el refri saquearon, y se cargaron también el refri, y todo lo de la alacena con todo y alacena. ¡La estufa, la lavadora, mi licuadora automática de cuatro velocidades y full inyección!
– ¿Y el teléfono, Chagua? El interfono lo arrancaron de la pared. De puro milagro la pared nomás mordida. Rasguñada.
– Fue robo, Julio Julián. ¿Y si dieras parte a la policía?
– Ellos son los que deberían darme parte, o sea del botín. Y luego con qué teléfono reporto el cateo, si puros pelones, o sea los cables. Todo esto apesta a droga con
cacardí. Tú y yo nos la prolongamos, la estancia en Agua Hedionda, y de eso dáselas a los santos, las gracias.
– ¿A cuál se las doy, si santos y santas y Cristo de Animas nos los trincaron, y hasta la Morena. Pero a ver, pérate: ¿las gracias por qué o de qué?
– Porque no estuvimos aquí cuando la invasión de los marines, del ejército o la policía. ¿No ves todo el resto del edificio? Se los han de haber cargado por sospechosos de ser sospechosos de alguna sospecha no confirmada. ¿No lo haría la PGR casa de retención, de seguridad..?
– Gordis, gordito, ven a ver al Bush. Acá, en el cuarto de baño…
Al entrar Julio Julián, la Chagua, gimoteando:
– Ahí, viejo, ¿no te lo parte, o sea el corazón..?
Ahí, el pobre Bush, perraco mestizo, madre callejera y padres indefinidos de ambiguas razas, tembloriqueaba en aquel rincón, entre excusado y lavabo, con delanteras y traseras esposadas, las patas, y encapuchada la cabeza con esa bolsa de plástico inflándose y desinflándose ruidosa, rasposa, trabajosamente.
– ¡Bush, mi pobrín, pero por qué no ladraste..!
Le copina el plástico y claro, cómo iba a ladrar, con ese esparadrapo que le sella el hocico. «Mi pobre Bush, pobrecito…»
El cual, manojo de carnes trémulas, apenas libre ese hocico desflorado a cachazos, lo abría de par en par, y a pujidos clamaba:
– ¡Ya lo confesé, jefecitos, ya me sacaron toda la sopa, ya no sé más, por mi perra madre lo juro! ¡Por la de ustedes, besando la cruz! ¡Ya les confesé que fui yo, con el perico loro de cómplice! ¡Yo recibía los envíos de Cali y los distribuía en todo Tepis Company! ¡El loro, mi cómplice, me las lavaba, las utilidades, y las remitíamos al Chapo Guzmán! ¡Yo fui, jefecitos pero ya no me madrifiquen! ¡Ya no me sigan madriando, por su perra madrecita! ¡Ya no…!
– ¡Acá, viejo! – la Chagua-. ¡Loro lorito, pues qué te pasó!
Atejonado en la taza del excusado y como todos los mexicanos: con el agua al cuello. La Chagua se le acercó: «Lorito, daca la pata».
– ¡Pero mis jefecitos, si me la quebraron cuando les firmé mi confesión! ¡Con la chueca les sigo firmando las confesiones que quieran, pero pocito ya no! ¡Ya no me cotorrién! ¡Ya no más sambutidas en el excusado! ¡Toques en mis aquellitos ya no, que ya los traigo en sancocho! ¡Que el prieto del diente de oro ya no me vuelva a violar, que ya me chilla mi próstata..!
Horror. De repente, frente al objeto aquel que brillaba a la tenue luz de la azotehuela: «Chagua, mi jefecita santa. Ahí, su silla de ruedas…»
Silla de ruedas sin jefa santa. «¡San Juan Diego Nonato..!»
El Julio Julián se abalanza sobre la silla, la examina: desmantelada, Ponchadas las llantas. Le falta la de refacción, el estéreo. «¡Rotas sus calaveras! ¿No andará por ahí la de mi santa madrecita..?»
Sin madre y en tal mortandad, sólo la incógnita permanece viva: ¿fue robo, saqueo? ¿Quién a los Tolentino se la hizo de UEDO? He ahí a los susodichos, sentados (derrumbados) en el cemento de la azotehuela: Bush, Chagua, Julio Julián, el perico loco, gacha la testa y los brazos entre las zancas. Suspiraban. Lloriqueaban. Tembloriqueaban. Al unísono. Ah, el callado dolor de los desprotegidos de la justicia. ¡Pero en eso, de repente, en la puerta resquebrajadas, aquellos golpazos! ¡Serán los ? (Cruz, cruz.)