Fue entonces, mis valedores. Vi a una carpa tan vieja ya cuanto impúdica alzarse las enaguas y enseñar un tablado grifo de cómicos albureros, y échese a andar la función de la tarde, y suéltese ese sketch purulentoso de gracejadas baratas, y déjense ir contra un público de palurdos el calambur y las frases de doble y triple sentido. «Cheñor Patiño, cheñor Patiño, que echos guevitoch no chon de niño». Acá, en la sillería, las risotadas de un público zafio, complaciente. Yo, en tanto, mis dos aguayones trataba de hundir en el palo (el de la banca), porque ya comenzaba a sufrir el crudón -cruda moral. Dios…
Y es que había sido yo, precisamente, quien proporcionara a unos cómicos reservones la solución que destacó la función e hizo posible el grotesco sketch de carpa que ahora, como gargajos y escupitajos, recibía aplausos y risotadas del «respetable» y la satisfacción de un mi primo el Jerásimo, licenciado del Revolucionario Ins. y de La Maconda, neo-panista fanática de Juan Pablo II y adoradora de Diego el barbón. Sí, la reputadísima señora viuda de Vélez Ovando (ándale, alburero tú también). Culpable soy yo. Y qué hacer…
El problema se originó días antes, cuando accedí a trasladar en el volks, a mi primo Jerásimo y La Maconda, comisionados para organizar la función, hasta el arrabal donde se alza la carpa. Cuando examinó el texto que le presentamos, el cómico principal: «¿Que qué? ¿Y esto qué es? ¿Nosotros representar un sketch tan inadecuado? Ni soñarlo. No, que con esta birria de texto el respetable público se va a dividir en dos bandos: el de los que nos estampen jitomatazos en plena cara y el de quienes se decidan por los puros huevos. Hueros, que los de yema cuata tanto escasean».
– O tantito peor: que el público se decida por la estrategia Lewinsky, la oral: que los de un bando nos mienten al padre y los del otro bando prefieran mentarnos todo lo que se dice madre. Yo paso, de plano. Conmigo no cuenten.
Ahí, por vencer los escrúpulos de los comediantes, la dialéctica de mi consanguíneo: que no masquen, para qué tantos panchos, y que tan delicados ni me gustan, y el argumento demoledor: «Piensen nomás en la tajada que se van a agandallar. Ustedes saben que la fortuna es calva, cójansela por los pelos, los de su cabeza». Alguno, entre dientes: «me tuerzo».
– Lo dicho. Ese sketch, nunca, ni hablar. ¿Con la escenografía de que disponemos? ¿Ya la vieron ustedes? Vengan, examínenla.
Y qué patetismo de escenografía, mis valedores. Manta vil, con brochazos que sugieren una desmesurada ciudad, calles atascadas de maleantes, bancos atascados de banqueros atracadores, políticos atascados de dineros públicos, y en esa esquina, bajo el farol, el lugar común: la ramera: tetas al aire, facciones degeneradas el rostro, muslos entreabiertos que rematan en la comba provocativa de un pubis voraz. ¡Y una balanza en la diestra! «¿Qué, se convencen? Con su texto y nuestra escenografía seríamos el hazmerreír del respetable. Y de cómicos que se respeten nadie se va a reír. ¿No, compañeros?»
Oí al Jerásimo suspirar. La Maconda las daba, lástimas. Y fue entonces cuando abrí la boca: «¿Y si ustedes mismos adaptan la escenografía al texto que les proponemos, y asi no pierden las ganancias de la función..?»
Silencio. Pasó un minuto, pasó una mosca, una cucaracha, el pajarito de la gloria, y de súbito: ¡Eureka! A adecuar al texto la escenografía. Al aroma de los billetes se la chupaban, la lengua. Y llegó el jueves 7, y a la mitad del foro los cómicos, engolada voz-. «El desafuero es parte del proceso democrático».
«La desobediencia a una suspensión definitiva no es un asunto menor, pues si no se asegura en los hechos a los gobernados que sus garantías y derechos están salvaguardados por la ley, se estaría gestando el más duro golpe a la seguridad jurídica, a la credibilidad y confianza en las instituciones». «Resulta ominoso alegar la impunidad de supuestos abusos de poder para tratar de lograr impunidad. Si eso fuera válido habrá que aceptar que cualquier delincuente alegara perversamente eso para lograr impunidad. Eso sería renunciar al Estado de derecho… El acusado despreció al Estado de derecho…»
«¡Estamos en un Estado de derecho y si no lo respetamos estamos condenados a vivir en la anarquía..!»
Estado de derecho. Tal fue mi sugerencia. En la escenografía del México real los parlamentos se escucharían grotescos, estrambóticos, vil esperpento, pero en lugar del México que pintan la Historia y la realidad objetiva se pintarrajeó la escenografía de un Estado de derecho, y entonces sí, el cómico aspaventero, protagónico histrión:
«¡Los grandes delitos son motivados por pasión o dinero. ¡Aquí fue por puro dinero!»
El respetable avispero pri-panista, aquellos aplausos. Ah, México. (Mi país…)