Rottweiler, pit-bull, falderillos…

¿En qué colonia vivimos, pa? – En Héroes de Padierna, mi hijo. – ¿Y quiénes son esos héroes, pa? – Nosotros, mi hijo, que vivimos en ella…

Después de ese diálogo, por el que intuí el fracaso de los vecinos, sólo escuchaba el silencio y los ramalazos del viento contra unos árboles que, ebrios de oxígeno, se bamboleaban. Y qué certeras las reflexiones que el vecino expresó a su chamaco porque, mis valedores, por los rumbos de Contreras nos asesinaron, como a Macbeth, el sueño. Me explico.
De noche, cuando me acuesto, le rezo a la virgen de la Macarena. Luego me la persigno, y a dormir el sueño de los justos (de los que no padezcan insomnio). Pues sí, pero de repente, mi sueño en el primer hervor, ahí retumba el primero de los bombazos con que los parroquianos de La Purísima pregonan urbi et orbi el testimonio de su devoción por la Milagrosa, o el estruendo de los cohetes (Scud) dan fe de la fe y el fervor de la fanaticada de la Divina Infantita, si no es que festejen los penitentes, tambora y bombazos, a la de Dolorosa, o bombazo y tamboras, a la de Guadalupe; y lógico:
A los estallidos retiembla en su antros la tierra, huye en estampida el sueño de los buenos vecinos (de os malos también), y se sueltan los ladridos de don Jorge el matancero. De sus perros, más bien, todos bravos, asesinos, entrenados como bestias de pelea que no respetan al niño, al anciano, a la mujer, a mí. En llegando la noche don Jorge, «por resguardar sus intereses y seguridad»,
atasca de animales su camión y los va sembrando en los barrios de la colonia. Aquí, los doberman, allá los rottweiler. A los de mi rumbo nos tocó pitbull. Es así como nosotros, los héroes de Padierna, nos pasamos las noches de claro en claro, con hígados y vesícula de turbio en turbio. Y qué hacer…
¿Qué? Lo que hicimos nosotros: convocar a los vecinos aquí, en el patio de Cádiz, y junto al Cristo del Estacionamiento (nuestro testigo de calidad), celebrar una junta vecinal de urgencia, que duró apenas 6 horas corridas que por la prisa se nos fueron en pedir la palabra, arrebatárnosla, discutir, alegar, reiterar, manotear, deliberar, sopesar los pros y los contras, y que moción de orden, y que se nombre un fideicomiso, y que una comisión de vecinos que a nombre de la colonia se entreviste con el matancero y le solicite que encierre sus asesinos ladridos, victimarios de nuestro sueño. (A mí, que menté el estado de derecho y las leyes, se propuso caparme, sin más. Me libré por un voto en contra y dos abstenciones, entre ellas la mía). Por cuanto a la comisión para entrevistarse con el matancero: «Votemos si se pone a votación, compañeros». Aceptada por mayoría. Y que ahora sólo nos falta decidir número y nombre de los comisionados. Y que los encabece El Valedor, que le intelige a la dialéctica, y que dialéctica madres, yo a ese bigotón le doy mi voto de desconfianza porque me la va a perdonar, pero me late que dialéctico y todo termina dándoselas al adversario, todas las ventajas. Y que entonces quién encabeza, y que si echan una mirada a todo el grupo, caracso, qué flaca la caballada, y que yo propongo, ¿verdá?, que se ponga a votación, y que…
Ahí fue del referendo y el plebiscito, del cabildeo y la votación, y después del escrutinio, veredicto final y sentencia: la comisión será encabezada por don Tintoreto, lavado en seco y a todo vapor, se ensanchan o angostan corbatas, con la tía Conchis como lugarteniente. Ya pardeando la tarde allá van nuestros representantes rumbo a la carnicería de don Jorge. Los mismos, lástima grande, que ahora volvían en silencio, gacha la testa y sin apenas hablar. Y a rendirlo, su informe, ante el Cristo del Estacionamiento. Fracaso rotundo. Uno de los del grupo, al que interrogué con los puros ojos:
– Usté dijo que con don Jorge íbamos a topar con tepetate, y sí. Me cái de a madre que es usté la ave de mal agüero. Nos echó la sal.
«Lo capáramos» -rencorosa, la voz. Don Tintoreto iniciaba la relación del fracaso: don Jorge no únicamente rechazó la propuesta vecinal, sino que anunció que hoy comprará etro animal. «Pero no preocuparse, que ese es un chucho faldero, y en mi perrera lo quiero nomás para que se trague las sobras, me sirva de jugarrera y me las arrime, las pantuflas. Total, que perros bravos a mi servicio ya tengo sembrados barrio por barrio de mi traspatio, y el perraco lamebotas (de cowboy) me lo ofrecen barato. Regalado».
– Y así, vecinos, lo tétrico: un chucho viene a aumentar la jauría de ladridos; uno mediocre y sin pedigree que le aprontaron los entreguistas de El Salvador, un tal Flores que cierta vez, bien protegido por el carnicero y por hacer méritos ante él, osó ladrarle al de Cuba. ¡Nada menos que a Fidel!
Ahora pronto me entero, mis valedores -la boca amarga- de que Flores rajueleó, y que en la calentura por servir al patrón quedan sólo el de Chile y el Derbez. El lamebotas, Dios, ¿será un paisa mío? ¿Otro más? (Agh…)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *