La hora de México

Original que es uno, mis valedores. Esto, les encargo, no lo vayan a divulgar, pero ocurre que en mis hábitos de vida tengo yo uno muy arraigado, y cómo pudiese ser de otro modo, si lo vengo practicando desde que nací: cada año puntualmente, allá por septiembre, acostumbro cumplir un año más de existencia. No me he quitado esa fija-ción, y qué hacer, débil de carácter que es uno, y lógico: el 2004, como los años anteriores, no fue la excepción. Le agregué un año más a mi tiempo de vida. Y ocurrió, mis valedores…

Ocurrió que mi amantísima, consecuente con mi fijación de cumplir un año más cada septiembre, ahora me sorprendió gratamente al ceñir en mi muñeca zurda un muy fino reloj, tepiteño de origen, que mi Nallieli adquirió con el producto de las economías familiares:

– Para que mires la hora en que te sigo amando, mi valedor.

(Nallieli…) Ahí, muy orondo exhibí mi Cartier cimarrón. Fino él, línea elegantona, de un blanco marfil la carátula y caja de oro puro, 3.5 kilates, que hagan de cuenta porcentaje de aumento salarial del neoliberalismo. Hermosa joya, a fe mía, la que aún me vive después de años, engaños y desengaños por comprobar que tantos de ustedes, en lugar de asumir, a punta de megamarchas continúan a estas horas ¡e-xi-gien-do! que el Sistema de poder, nuestro enemigo histórico, en obsequio de todos nosotros, se haga el harakiri. Pero les hablaba de mi mollejón.

¿Lo mejor? Sus números romanos. ¿Lo mejor de lo mejor? Su tepiteñísima hechura, que eso a simple vista lo apunta con todas sus manecillas, y es de sobra conocido que «lo echo enM exico esta bie necho». Y ocurrió que mi joya legítima, mis valedores…

Apenas acabado de encordar, el relojito de marras echó a caminar con una preci-sión del 100 por ciento, que hasta parecía la pura verdad; una precisión que, por des-dicha, conforme pasaban las horas se iba quebrantando de manera lastimosa. Ah, mi Cartier «echo en México…»

Ahí lo tenían sus buenas mercedes, como político mexicano, adelantándose siempre y en forma por demás futurista (que la buena para el 2006 es la de Los Pinos, imagínense. Pero que no, que es Madrazo, y que cuál, que el bueno es el Dr. Simi), y qué hacer: a la vista del galope desbocado de la molleja decidí ponerla en manos del técnico relojero, qué más.

El susodicho miró la prenda, la olió, la observó, la desfloró de ese himen de acero que viene siendo su tapa, y ya abierta de par en par le jurguneó el áncora, el pelo, las chafaldranas y las marinólas,, movió la testa, y entonces:

– Déjemelo, mi valedor. En dos días lo va a tener usté marchando ora sí que como relojito. Palabra de honor.
Yo, mexicano de mí, confié en el honor del relojero, y sí: apenas transcurridos tres meses me lo volví a abrochar en la izquierda (el reloj, no al relojero). Pues sí, pero lástima. Lástima, sí, porque el mollejón empezóseme a atrasar que hagan de cuenta justicia en este país o solución del Fobaproa. Yo, mexicano hasta las cachas, volví a apersonarme con el técnico en mollejas de fabricación nacional, el cual, mexicano hasta las suyas, díjome entonces:

– Tenga usté la seguridá, verdá, de que su caja de mentolato va a entrar a varas, no faltaba más. Me canso, ganso, dijo un zancudo, cuando volar…¿se sabe el albur, mi estimado?

Y sí: al tener nuevamente el mollejón en mi zurda, todos los problemas de adelan-to o atraso fueron cosa de un pasado pluscuamperfecto, porque la chafaldrana sencillamente había dejado de funcionar. Yo, mexicano consuetudinario, tomé el teléfono y oí al otro extremo de la línea:

– Servicios especializados en mantenimiento, reparación y composturas finas, servicio garantizado, a sus órdenes. ¿En qué podemos servirlo, o sea?

– Pues nada, que se me paró.
– ¿Le cái? ¿No me la está presumiendo? ¿Vino sólito el milagro, se encomendó al ánima de Sayula o fue milagrito de Santa Viagra su levantón? Ora que esa es ya una ventaja, ¿no? Porque a su edá…
– ¡Se me paró el mollejón que usted me arregló hace unos meses! ¿Se acuerda? Que no volvería a descomponerse, me lo garantizó. Pues aquí lo tengo en mi mano, bien muerto.
– Vivo o difunto, señor, quién le entiende.
– ¡Se me paró exactamente a las 11:43! Haga algo, señor.
– Así que a las 11:43. ¿De la mañana, o de la madrugada, o sea? Ora que viéndolo bien y viendo el vaso medio lleno, esa es una gran ventaja, créame. Tenga usté la plena seguridá, mi estimado, de que cuando menos dos veces cada 24 horas, a las 11:43 de la mañana y de la noche…
(Mañana.)

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