En tu día

Del Cristo del Estacionamiento les hablé hace días, y de que en llegando yo al edificio de Cádiz oí reventar, entre tzurus, volks, y una que otra caribe, el escalofriante pregón cristero: «¡Viva Cristo Rey! ¡Tropas de María, sigan la bandera…!» Ahí, en el rincón donde desde hace años el crucificado tristea en soledad, aquella mañana había casa llena, sesión plenaria, conciliábulo: todos mis vecinos al pie del altar, rumoroso panal de antífonas y jaculatorias y una boruca de latinajos y proclamas cristeras que hagan de cuenta arribazón de cotorras en ramaje de trópico. La hornacina transfigurada: lavado reciente y cargazón de adornos: el nicho se revenía de luces y aún el Cristo lucía túnica nueva, cuajada de oros fingidos y hojalatas auténticas entre sangrantes corazones de sololoy: en su santísimo tórax una pechera de condecoraciones que ni don Porfirio, y en mero en medio, el milagro descomunal: un marco de latón, apando de aquélla foto. ¡Mi foto! Y en derredor, con rositas, claveles y no-me-olvides, la salerosa leyenda:

«Doy gracias al Señor del Estacionamiento». ¿Yo gracias? ¿Gracias yo? Mis vecinos, en plena letanía. ¡Pero de difuntos! ¿Y dedicada a mí? «Puerta del cielo -ruega por él». Cuando supe que yo era el interfecto me encrespé. Y a media letanía, la interpelación:

– ¡Pero vecinos, si todavía no me les voy!
Y según el letrero del milagrito, ¿de qué doy gracias a Dios..?
– ¿Cómo de que de qué? Ã?iganlo: pues que, ¿no quiere usté agradecerle que nos cumplió el más difícil de los imposibles, o sea el prodigio?

– Vecinos, vecinos, ¿todavía no reconocen que los prodigios ocurren por verdadero milagro? ¿Yo de qué prodigio debo dar gracias al Señor del Estacionamiento, si se puede saber?

-�iganlo. ¿Pues qué? ¿No que usté muy trinchón pa la grilla política? ¿Acaso Martita Fox y Vicente Sahagún no siguen encuevados en Los Pinos? Eso es lo que celebramos nosotros y aquí el cristito este, o sea.

¿Que qué? El calambre en la boca del estómago -la de salida. Sentí que bajo la tela del pantalón algo se me arrugaba-.

«Pues qué, ¿tanto ha logrado entre ustedes el celo activista de la Maconda, que me los volvió ultrareaccionarios de El Yunque? ¿Ustedes, los habituales de la tertulia y discípulos que se dicen del maestro? ¿Pues cuándo, en qué momento se tornaron conversos? ¿Y ahora me quieren hacer creer que Cristo dios se ha vuelto de derecha?» Yo, todos mis músculos encrespados. Casi todos.

– Cálmela, no se acelere, mida las suyas, sus palabras. Ã?iganos primero, y después nos dice si no valió la pena el milagrito de plata con su baño de sololoy pa’ que dé el gatazo, y que usté va a pagarnos el riguroso chas-chas.

Los oí, y conforme escuchaba sus razones comencé a interesarme, y me fue entrando una especie de zozobra por lo que pudo haber ocurrido el dos julio del año dos mil, y entonces…

– ¿Se lía puesto a pensar en la posibilidad de que hubiera ganado Cárdenas? ¿Se imagina si él despachara a estas horas desde Los Pinos? ¡La purificación de la cloaca; de todo el lodo biológico que con Fox no sólo sigue en su priista nivel, sino que ha aumentado en cantidad, pestilencia y cinismo..!

– ¿Se imagina el gobierno con un Cárdenas no entreguista, no vendepatrias, no culimpinado ante las botas de Bush, que a estas horas defendiese del gringo PEMEX, la banca, la energía eléctrica? Un Cárdenas cuyo proyecto de nación excluyera, por nefasto para el paisanaje, el neoliberalismo, el capitalismo salvaje. Porque a ver: de no ser por Fox Sahagún, continuismo de todo lo más nefasto del pri-gobernismo, ¿qué hubiera sido de sus fabulillas de METRO, bigotonzón? Todo su periodismo, ¿tendría una razón de ser..?

– No, si el milagro Cristo nos lo hizo a todos -la tía Conchis-. Ya desempleado aquí el pseudo-neo-comunistoide, ¿se imaginan tener que soportar su presencia todo el santo día en Cádiz? Acabaríamos encerrándolo en alguna jaula, o sea de los tendederos. ¿Se imaginan..?

Me imaginé y mis valedores: ahí se hizo el silencio. El tanto de unos segundos permanecía callado, pensando. De repente… ¡ábranla!, afiancé el cirio pascual, cuenco espumeante cuyo esperma me sollamó cejas, nariz, párpados y mostachos, chorro escurriendo y chorreándome por un sobaco, me arrojé de rodillas, abrí los brazos y…

¿Gracias, Nazareno! ¡Triunfó el voto útil! ¡Triunfó Fox y no Cárdenas! ¡Mi país se acabó de fregotiznar, pero al menos mi periodismo sigue con una razón de ser..!

No, si les digo. (En fin.)

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