¿Infancia es destino?

Corazón del barrio bajo, vivienda de vecindad. Hambre, incuria, abandono, promiscuidad. Yo, que visité la vivienda 32, junto a los lavaderos, aquella corazonada. No fue más que eso, un presentimiento, pero ya desde entonces supe que el adolescente que habitaba en el cuchitril del segundo patio se iba a malear. No lo consideraban así los vecinos, que lo tenían por un idiota perfecto, si en la idiotez existe la perfección. Lo recuerdo.

Yo lo venía observando desde hacía algunas décadas y me concretaba a menearla, me refiero a la testa: “ese desdichado va a terminar mal: en secuestrador, narcotraficante, policía, colaboracionista del neo-panismo o tantito peor, de la falsa nueva izquierda”. Me estremecía.

No me equivoqué, lástima. Peor de lo que temía resultó ahora que  ya es un viejo entrado en años, kilos, decrepitud, flacidez, desvergüenza, impudor; uno que ni la gracia ha mostrado de envejecer con dignidad, lástima.

¿Culparlo de su actual degradación? No soy tan drástico, tan radical, si analizo cómo ha transcurrido la vida del infeliz, de la cual es la hechura lógica, y su degeneración un resultado previsible. Porque vamos a ver: su vida de adolescente: un cuarto de vecindad. Desamparo. Orfandad descobijada de un padre, una madre o algún familiar que viera por él en materia de afecto, ternura, amor, guía, consejo. Nada. Valimiento de padres no conoció, pero sí, en cambio, el propio rostro desencajado de hambre y necesidad, y aquellos amaneceres del fogón apagado, y aquellas noches del estómago vacío, y el jergón inhóspito frente a cualquier amago de sueño sin sueños…

Suyos fueron la soledad, la desesperanza, la falta de un futuro, de una esperanza, así fuese en cuarto menguante. Como animalito mostrenco transcurrieron sus años primeros en aquella vecindad, en la vecindad de seres tan negativos (por zafios, agresivos, egoístas) que más acentuaron los tintes oscuros de su existencia de solitario. Porque esos fueron los habitantes de la vecindad: palurdos todos, agresivos por insensibilidad, síntesis de la mediocridad, la incomprensión y la incapacidad de valimiento. Con los tales convivió a todas horas, y de todos recibió sólo violencia, rechazo, burletas y zafiedad. ¿No iba a terminar como terminó, en cortesano, servil, lambiscón? Pero no, que lo dice el filósofo: el hombre se prueba con el obstáculo, del cual sale aniquilado o robustecido. Cuestión de temple.

¿Qué llevó al de marras a envilecerse de viejo, ya cuando el humano se pone a reflexionar en asuntos del espíritu, en la trascendencia y la Gran Interrogante? ¿Sería esa educación deficiente que impartía un profesor incapaz? ¿Los condiscípulos, cabezas de piedra que rechazaban todo lo que oliese a instrucción, guía, principios morales y de cualquier otra índole? ¿Serían los tantísimos golpes en la cabeza que le asestaba un vecino  tan pequeñajo como ruin y sobrón? ¿Tantos golpes me lo atontaron? ¿La falta de alimento, la sobra de soledad? ¿El desamparo? ¿El haberse criado como falderillo sin dueño, al que cualquiera se cree con derecho a propinar puntapiés? ¿Una absoluta carencia de valores, de principios, de convicciones? Su orfandad, ¿también en el plano de la ciencia política? Su destreza para culimpinarse y besar los zancajos del de más arriba, ¿resultado de su patética niñez? Misterio. El indigente de ayer es hoy el ahijado de la fama, el dinero, la posición social. ¿Qué necesidad tenía ese macilento Chavo del 8, Gómez Bolaños, de arrastrarse y lamer las botas de Fox?

(Más serviles a Fox,  mañana.)

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