Floridas raíces

Como la sota moza, Patria mía, – en piso de metal, vives al día, – de milagro, como la lotería (Suave Patria, López Velarde.)

Mis valedores: este divagar sin rumbo me lo motivó cierta foto añejona, donde el tiempo oscureció la blancura y empalideció los negros, y créanme: será la cercanía del viaje que acabo de realizar a mis derrumbaderos zacatecanos, será  la susodicha que estoy mirando, será esta hora neblinosa del atardecer o la mansedumbre de una llovizna que de repente alebrestan bandazos de viento. ¿Cuál será la raíz de este mi ánimo macilento que se contrista y arropa en vagorosas, indefinibles  nostalgias y tristuras por el tiempo que se me fue para nunca más? Y esta opresión de costillas adentro, y la gana de suspirar…

Pero no pensar mal; no pensar bien, más propiamente. La foto que tengo bajo mis niñas no es la de la sota moza cuyo nombre, añudado al mío, grabé en el tronco de aquel eucalipto en el parquecillo municipal. Hoy, signos del tiempo, otra pareja de enamorados eternizó sus nombres a un lado del nuestro: Trino y Joaquín, y el tosco grabado de algo levemente parecido a un aguacate, un corazón, uno de los compañones. Las preferencias amorosas. Yo, ayer y hoy, la única, mi Nallieli…

La foto, mis valedores, muestra no a aquella niña del primer amor (“dos palomitas azules / paradas en un romero / la más chiquita decía / no hay amor como el primero”.)  La foto que estoy mirando es la del caserío de mi querencia y muestra un retazo de caserío, una calle trazada a cordel, la ermita (dos cuernitos y un caparazón de caracol), e imponente telón de fondo, toda crestas, barrancos y peñascales, la serranía.  Majestuosa. Descomunal. El Cañón de Juchipila. Mi Jalpa Mineral, la tierra de mi querencia, la de niñez, adolescencia y primera juventud. Hoy voy por la quinta y voy por más. La foto me he puesto a rumiar recuerdos con saborcillo a nostalgia.

Una noche pasé en descampado, que fue de remotas hogueras, canciones trovadas en falsete la primera voz y la segunda grave, largo son que arranca ecos de labor a labor, de coamil a coamil:

“No me busques por veredas-mi bien-búscame por travesías-allá encontrarás, si quieres – mi bien -el amor que te tenia…»

Versadas de la provincia, paisanos del interior; tonadas que son la sangre y el zumo del paisano que vive y muere ayuntado a la tierra, al cogollo de la tierra, a su hendeja; estoy por decir hendeja por donde fui parido y hendeja a donde habré de volver a la paz de la tierra, la mía. Yo, su pertenencia.

Estuve en mi Jalpa y volví a paladear sus comidas sápidas y picantes, delicias del paladar campirano rudamente indigestas para el arrimadizo. Mi lengua recordó la enjundia de la pitahaya, colores copiados al mejor Tamayo. y la fruta de horno con la asader, el jocoque, las habas y la cuajada, y la miel en penca. Ah del alfajor dulcísimo; me está haciendo agua…  (la boca.)

Así es como me he traído de la provinciana región olores de humo de ocote y sabores de aceite y miel, tactos, sonidos, imágenes de esas que junto a la caja de cartón acarrea el paisano que viene a buscar la sobrevivencia, a hacer por la vida en esta inconmensurable colmena de laboriosas abejas de salario mínimo, de zánganos del puesto público y de (cuándo iba a faltar) la abeja reina de cuento de hadas, efímero cuanto real, y en el que cada seis años todas, por turnos, se sienten reinas del colmenar, si no es que sus hadas madrinas. Y si no, ¿recuerdan ustedes a la Sahagún? ¿Habrán podido olvidarla? (Sigo un día de estos.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *