Vernácula

¿Hablar hoy mismo del Pacto por México, síntesis de «engaño, demagogia, simulación,  politiquería y corrupción», según algunos de sus críticos? ¿Referirse a esa contrahecha Ley General de Víctimas, «golpe escénico para el aplauso de las galerías» que se dispone a tasar al tanto más cuanto vidas humanas arrebatadas en el sexenio del Verbo Encarnado? Sicilia, Martí, Miranda, Gallo tal vez, ¿cuál, cuántos de los tales «activistas», pretenden medrar de por vida, a la manera de Rosario Ibarra, con la muerte del familiar? Mis valedores:

Frente a la escandalera y la simulación que provoca el regreso a sus bebederos de un priísmo prestidigitador del gatopardismo (que todo cambie para que siga igual), hoy prefiero hablar con ustedes de un tema que pudiese resultarles de interés: la fuente, el hontanar de nuestro nacimiento. Así pues…

Patria: tu superficie es el maíz, – tus minas el palacio del Rey de Oros , – y tu cielo, las garzas en desliz – y el relámpago verde de los loros. (Suave Patria, López Velarde.)

Esta vez la provincia. Unos días acabo de pasar en mi tierra, que fueron de magia, de encantamiento y encontronazo con la raíz de mis años muchachos, que se me huyeron para nunca más. Hoy regreso cargado de energía, de esa corriente galvánica que nos insufla la madre tierra, que es decir nuestro origen, nuestro hontanar. Mis terrones…

Porque algunos de ustedes, fuereños avecindados en esta ciudad, vivan en el recuerdo sus bienamados derrumbaderos, y los citadinos columbren el ánima de la mal llamada provincia, por un momento dejo de lado temas de requemante actualidad para entregarles algunas vivencias de la visita a mis zacatecanos terrones, los de mi Jalpa Mineral.

Ah, esa entrañable tierruca cuya añoranza todos nosotros, fuereños en esta ciudad, cargamos acá, entre los costillares, tamal envuelto con telas del corazón y añoranza de donde sacamos la fortaleza para sobrevivir en este humano hormiguero que una demencial cargazón de humanos terminó por deshumanizar, feo contrasentido. Todo ello me lo entienden ustedes, tecos y meños, jarochos y panzas verdes, costeños, chileros y corvas dulces y gente de la montaña y del trópico,  del altiplano y del mar. ¿No les ocurre que un día amanecemos (o anochecemos, según) con la nostalgia añudada aquí, miren, en el cogote, y en los costillares, y en la virilidad? Aquella tierruca donde fuimos a nacer, a florear, y algunos, suertudos, hasta a echar vaina…

Acabo de regresar del viaje por tierras de mi andadura y vengo con los sentidos cargados de antiguas esencias, hoy renovadas, y mente y memoria retacadas de imágenes y sensaciones que me retoñaron después de vegetar, semiolvidadas por cosas del áspero oficio del diario vivir: que si el aroma de yerba macerada, de fruta en agraz, de majada; que si el sonido del esquilón, de la esquila, del cencerro en el pescuezo de la vaquilla caponera; detrás, bebiéndole los alientos, toretes en pleno vigor, con los güeyes detrás, ya superada en esos mansurrones toda preocupación que no sea la de pastura a su hora A lo lejos, la primera llamada del angelus…

Ah, el caserío de mi nacimiento, ese sabor a frutilla cortada de la rama a la orilla de la vereda y las lejanías azulencas allá donde el llano se muere y se alza agresiva y retadora la serranía de Morones. Encima del cresterío ese cielo limpísimo, como acabado de inaugurar, y en el cielo la rueda de cuervos y zopilotes, de gavilancillos y auras pelonas. Allá, en el llano, reverberos. Mediodía. (Mañana.)

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