¡Pare de sufrir!

Nuestras vidas son los ríos – que van a dar a la mar -que es el morir…

Y esos ríos que son nuestras vidas ya arrastraron en su corriente toda la hojarasca y  las basurillas que generaron las festividades de Navidad y Año Nuevo. Ahora mismo, mis valedores, estrenamos el año que viene a ocupar el sitio del año anterior,  uno menos en la cuenta regresiva de nuestra vida, y qué hacer, si no vivir el tiempo que nos queda de vida. A toda sangre, a todo pulmón, a redaños y espíritu. Vive, a cada rato nos exhorta la muerte. ¡Vive!

Y ustedes, mis valedores,  ¿cómo vivieron las fiestas decembrinas? Porque para la grey católica, la inmensa mayoría de mexicanos, el rito de la Natividad de Jesús tuvo que ser, de acuerdo a la fe y las creencias de semejantes católicos,  una celebración encuadrada en el fervor de la liturgia religiosa, que de otra manera tales católicos  no habrán pasado de ser unos Tartufos que convirtieron la llegada del Cristo en la fiesta pagana de las saturnales romanas, una  ocasión a modo para beber y engullir hasta límites del desarreglo estomacal. Porque somos o no somos. Somos o sólo lo parecemos. Somos de esencia o de apariencia tan sólo, de fondo o de forma únicamente. ¿Somos? ¿Sí..?

Navidad y Año Nuevo, noches a la medida para empantanarse de alcohol y embrutecer el espíritu. Días en que se afianzó y extendió entre los jóvenes el hábito del alcoholismo, esa enfermedad de la que el paciente no está consciente o no quiere estarlo. Y es que entre nosotros cualquier celebración cívica, familiar, cultural o de índole religiosa resulta un buen pretexto para acudir al licor. El bautizo, la primera comunión, los 15 años, el día onomástico, el rapto de la novia, el casorio, el velorio, en fin, y a la lista hay que agregar la Feria Internacional del Caballo, la de San Marcos, el Cervantino, Navidad y Año Nuevo, la noche del Grito y el Día de las Madres,  la fiesta del santo patrono con su estruendo de pólvora y sus cataratas de licor. Tales fiestas se han convertido en borracheras descomunales en las que anfitriones e invitados recorren la ruta del intoxicante en todas sus variedades: whisky, pulque, tequila, mezcal, vodka, ginebra, cerveza.  ¡Y salú!

Pero al licor se empalma un achaque más, al tamaño de los pobres de espíritu: la subcultura de la superstición, de la superchería y la engañifa que en los días de crisis y en los del fin de año medra con la debilidad de esos encanijados  espíritus. Es en el principio de año y en la persistencia de la crisis recurrente cuando florece la industria de charlatanes, brujas y brujos, augures, zahoríes y el falso adivino, los embusteros del arcano y los arúspices de la irracionalidad. Es entonces cuando se vive  la época de oro de pícaros de la engañifa y el fraude que se ensañan en  cándidos e ignorantes, tan  escasos de bienes como blandos de espíritu. Salud, suerte, dinero y amor con tan sólo depositar la esperanza irracional y las escasas monedas  en el vividor, y entonces:  préndete aquí este amuleto, y cuélgate allá  el talismán, y ejecuta este ritual  y compra (¡en mi establecimiento!) la mágica vela, el aceite milagroso, la piedra imán. Con mis poderes astrales todo el zodíaco te va a ser propicio. ¡Pare de sufrir! Ah, cándidos…

Esas infinitas ganas de creer. A lo irracional, pero creer en alguien más allá de tramposos santones de la política, la economía  y la religión que los han venido defraudando sañuda y metódicamente. Delegar en brujos más confiables que los tales.. (Sigo después.)

Un pensamiento en “¡Pare de sufrir!

  1. Así es .maestro estamos i nmersos en la mediocridad que no los deja crecer como personas y como profesionistas ya que la religión se a encargado de los pobres y ahora con el covid a disminuido un poco las fiestas sobre el pobrerio gracias.

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