¿Cuántas muertes más?

Isabel Ayala Nava, viuda del guerrillero Lucio Cabañas, ultimado hace 36 años por las fuerzas del gobierno, fue asesinada junto con Reyna, su hermana, por un comando armado que las balaceó el pasado 4 de julio en Xaltianguis, Guerrero. ¿Cuántas muertes más?”, clama Micaela Cabañas Anaya, huérfana de Isabel.

¿Fue una casualidad?, pregunta Sara Lovera, periodista. ¿Se trata de un mensaje? ¿Es parte de la confusión política y social en la que vivimos? ¿Solamente se trata de algo más de violencia en Guerrero? ¿Qué tiene que ver con las protestas y el pasado?

A saber. Polvos de aquellos lodos ensangrentados, tal vez. Pero tal desmesura, mis valedores, semejante atrocidad, evidencia la inutilidad de enfrentar con las armas el Sistema de poder, cuando es factible y urgente para el país darnos un gobierno aliado con sólo aplicar esa estrategia adecuada: la organización celular autogestionaria. Aquí el testimonio de alguno de esos magníficos delirantes que apuntan el arma contra el Poder:

 “Te vendan los ojos. Toques de picana. Prueban los límites de tu resistencia teniéndote días sin dormir, y el pozo, golpearte hasta dejarte sin aire para de inmediato sumergirte la cabeza en agua y provocar el ahogamiento. Te cuelgan de helicópteros, pero no te dejan morir. Para ti lo mejor: que te maten. En la tortura te matan muchas veces”.

¿El provecho que el guerrillero, equivocado magnífico,  reporta a las masas populares? Júzguenlo ustedes. ¿El destino que le aguarda?  Terminar como Lucio Cabañas, profesor rural caído en un enfrentamiento con fuerzas del ejército el 2 de diciembre de 1974. Del guerrillero, lástima, sólo quedan la leyenda popular de una enorme valentía personal, una estatua de bronce y el rito de las honras fúnebres.

En Atoyac de Alvarez, una tarde de diciembre del 2002, nostálgicos fieles del insurgente inhumaron sus restos y los fueron a depositar en el punto en que se alzaba el tamarindo a cuya sombra el combatiente se manifestaba contra el gobierno.  Y no más, que tal es el destino de los guerrilleros, ellos que en su impaciencia porque cambien las condiciones calamitosas del país toman un arma y se remontan a la sierra, donde habrán de enfrentarse a un Poder que los rebasa en violencia armada, y que mañana los va a bajar en una bolsa de plástico, si no es que los arrojen en un hoyo de la tierra bruta, y del generoso insensato nadie conocerá el rastro.

Frente a la guerrilla urbana el régimen desarrolla un aparato policíaco basado en Inteligencia Militar que funciona con los métodos usuales de la contraguerrilla urbana: tortura en cárceles clandestinas, desapariciones y muertes “aleccionadoras”: los cuerpos de guerrilleros aparecen terriblemente torturados. (ORPC, 1968-1985.)

Pero los matanceros de ayer serán las reses de mañana, y el tiempo coloca a los hombres en su lugar. Treinta años después de asesinado  Cabañas, dos de los generales que lo  persiguieron tachándolo de bandolero, delincuente y criminal, Arturo Acosta Chaparro y Humberto Quiróz Hermosillo, fueron encarcelados por delitos de narcotráfico. Hoy, el maestro y luchador civil  se mira de frente, en bronce, con el bronce del prócer Juan Alvarez. A treinta años de su muerte a manos de las fuerzas federales, en Atoyac de Alvarez fue recordado con una estatua de bronce, una velada cultural y una marcha cívica. Y la paz.

La paz, sí, pero hoy, mientras tanto, ¿cuántos muertos más?

Rubén Jaramillo, Genaro Vázquez, los hermanos Gámiz, Lucio Cabañas, Isabel y Reyna Anaya Nava (A su memoria.)

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