¡E-xi-gi-mos!

Sicilia acordó con Calderón instalar una comisión de seguimiento con la Secretaría de Gobernación y reunirse en tres meses para evaluar en qué medida se cumplió el pliego petitorio. De antemano, la respuesta de Calderón volvió a ser un no regreso del Ejército a sus cuarteles.
El surrealismo en pleno, mis valedores. Eso que acaba de suceder entre un periodista y el de Los Pinos me parece muy a propósito como para leer entre líneas. Esa entrevista del pasado jueves encierra su muy buena moraleja, ¿pero cuál? Piénsenlo.
Al leer la crónica de lo ocurrido en el Palacio de Chapultepec se me vino a la mente, oportuna como nunca antes en la historia reciente del país, la fábula de cierta comunidad de ratones que se habían dado un gobierno de gatos, los que desde el Poder depredaban la ratuna población. Aquel día, cansados de servir de alimento de unos gatos atrabiliarios, se les enfrentaron con una exigencia: que dejaran de  asolar a la comunidad. Con la debida atención, los gatos escucharon a la comisión de ratones y le prometieron una rápida enmienda. Qué bien. Exultantes, los parlamentarios salieron a comunicar la buena nueva a la ratona comunidad. Perfecto.
Perfecto, sí, pero no por ello los gatos se quedaron sin comer…
Ante los nulos resultados de su demanda,  en las siguientes elecciones votaron ya no por los gatos negros, sino por los gatos blancos, y cuando se desencantaron de los blancos decidieron elegir a unos gatos moteados de blanco y negro, maniobra de alta política a la que denominaron coalición. Todo fue en vano. Los gatos en el gobierno seguían comiendo ratones. Extraño, ¿no les parece?
Aquel día, ya cansados de las tropelías del nuevo gobierno, algunos de los ratones decidieron confrontarlos una vez más, y descubrieron que los gatos se mostraban anuentes al diálogo, y entonces los encararon, les exigieron, les demandaron de forma enérgica y altisonante. Los gatos concedieron y prometieron, tomaron nota de los resolutivos y fijaron con la comisión de ratones la fecha de la próxima reunión. Todo un logro para la población de ratones. Los gatos, porque era la hora de comer, procedieron de acuerdo a su naturaleza: se echaron sobre los parlamentarios y vivos se los tragaron. Y a esperar la siguiente reunión entre los comisionados de la población ratonil y la de los gatos en el gobierno. En Ratolandia después de aquella entrevista, retoñaba la esperanza. ¡Si se puede! Y aquel optimismo…Y hasta aquí la elocuencia de aquella fábula que concluye con la prisión del ratoncillo que se atrevió a proponer:
¿Y si nos diésemos un gobierno de ratones..?
Elocuente la fábula, pero nosotros, impávidos. Una realidad sustentada en el surrealismo puro y en el  puro esperpento explota ante nuestros ojos, pero las legañas nos impiden percatarnos de tal evidencia sobre el estado de crisis al que entre todos hemos reducido nuestra casa común. ¿Acaso no somos capaces de oír las públicas voces cuya clarinada nos advierten la profundidad del barrancón en el que hemos caído? ¿Hay sordera en nosotros frente a la estridencia de dos corrientes principales de voces públicas, las más elocuentes, las de mayor estridencia? ¿Cuáles voces?  Por una parte, las de los candidatos a puestos de elección popular: una innoble verborrea de promesas;  por la otra, la cargazón de demandas con las que algunos “activistas”  han encarado a los del Poder. ¿Cuáles en esa verborrea, retrato hablado de nuestro país hoy día, serán las más desproporcionadas? (Esto sigue mañana.)

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