Señor Fox…

Leo en el matutino que se propone intervenir en la campaña de Xóchitl Gálvez, candidata al gobierno de Hidalgo por la coalición PAN-PRD. Ello supone que abandona usted El Tamarindillo  y se reinserta en las peripecias de la política partidista.  Por vida suya, señor: conténgase, controle sus ansias, refrene su compulsión protagónica, siga vegetando en su Centro Fox, erigido al puro jalear y jadear de una frase: ¡Vamos, México! Quédese allá, o en La Estancia, o en su apestoso Tamarindillo, sin tratar de tornar al activismo politiquero. Aquí las razones de mi petición.
Yo, señor, resistí a pie firme (tembloroso en ocasiones) los seis penosísimos años de su hospedaje en Los Pinos. Soporté el indecoroso espectáculo de la “pareja presidencial” y a ese estereotipo de arribista, logrera y valida de la ocasión que anocheció compañera de un Manuel Bribiesca y amaneció esposa de usted, qué milagros no puedan lograr un cardenal acusado de protector de curas pederastas y un obispo agiotista que no hace mucho facilitó en préstamo 130 millones de dólares ¡en efectivo! Santa pobreza, santa castidad…
Resistí, al propio tiempo, el indecoroso espectáculo de esa segunda esposa de usted, que sin estar preparada, sin poseer la cultura de la abundancia económica, por un coletazo de la burriciega fortuna, desde una farmacia veterinaria donde expendía supositorios para burros estreñidos y bebedizos para mulas cursientas se encaramó  hasta las cabañas de Los Pinos, desde donde ejerció un estridente, estruendoso protagonismo que al tanto más cuanto apoyaban cámaras y micrófonos, las páginas rosa y las del corazón, papel couché manchado de fotos a todo color. Tiempos calamitosos, me acuerdo…
Soporté, señor Fox,  las ramplonerías de la susodicha matrona, que extraviada toda dimensión, en un país pobre y empobrecido proyectó, de costra a costra y de frontera a frontera, la indecorosa exhibición  de su rastacuerismo ramplón, de sus lujos y dispendios, de su enfermiza voracidad por el brillar de las candilejas.  Todo el derroche salía de mi bolsa, como de la de otros ciento y tantos  millones de fregados, que los apellidos Bribiensa, Sahagún y Fox acabaron de fregar. ¡Y todavía aspiraba a sucederlo a usted de derecho, porque de hecho ella era la que traía a bandazos los asuntos del país. Aberrante, ¿no le parece? Item más:
Soporté a pura ley de los hovos la vista de esos  Bribiesca ovachones, bien graneados, que a ojos vistas se inflaban de sebos y adquirían un aspecto de chinches acabadas de cebar mientras perpetraban sus trafiques dentro del más descarado tráfico de influencias, y seguían echando sebo y enriqueciéndose  a lo impune, a lo descarado, a la vista de todos. Oí de sus lujos, derroches, viajes, aviones, lanchas y profusión de negocios  -lícito alguno de ellos- con PEMEX, con la vivienda de interés social, con…
Soporté que este barco donde vamos todos lo inclinara usted hacia El Vaticano todavía más que el propio Salinas, que hizo de la política y la religión lo que usted años más tarde:   una mezcla altamente lesiva para las dos. Resistí que a contrapelo de sus promesas de candidato mostrase la oreja de su vocación cuando a lo cínico lo juraba:  “Mi gobierno es de empresarios, por empresarios y para empresarios”. Fue por ello que actuó usted no como un estadista, sino como distribuidor  regional de las aguas negras y gerente general de una sucursal que usted volvía bananera, con  matriz en Washington. (Sigo después.)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *