La situación de México: Intolerable

«Pero yo voy a poner orden», se engallaba el embajador de los EU. en nuestro país, episodio ocurrido hace 95 años y que quedó inscrito en la historia negra de México. Fue un 21 de febrero de 1913 cuando dos varones anochecieron presos en una celda del penal Sus horas estaban contadas y su suerte echada Ellos aún ignoraban que traición y felonía les cortarían la vida, pero los asesinos ya alistaban las armas. Las víctimas: un presidente y un vicepresidente: Francisco I. Madero y José Ma. Pino Suárez. La orden de disparar el arma asesina salió de uno apellidado Cárdenas, al que ordenó otro de apellido Huerta, a quien manipulaba uno de apellido Wilson, el asesino intelectual. México y los EU, vecinos distantes…

El magnicidio se perpetró en la tenebra Un Francisco Cárdenas, ex-rural y mayor del ejército, comandó el piquete de asesinos y aplicó a los cadáveres el tiro de gracia Detrás, encuevados en sus madrigueras, cinco felones aguardaban la «buenas noticia» del magnicidio: Aureliano Blanquet, Félix Díaz, Manuel Mondragón, Victoriano Huerta, cabecilla del trío, y el titiritero que movió todos los hilos de la conjura Henry Lane Wilson, embajador norteamericano. La historia, mis valedores, no es eso que enseñan los libros de historia; la historia es una gigantesca zopilotera y un gran hedor Aquí, para que no perdamos la memoria histórica, o para, en su caso, recuperaría, algunos fragmentos de la solicitud (tendenciosa, amarillista, exagerada) en la que Wilson solicitaba al presidente W.Taft la intervención de la armada de su país: «No hay duda de la inmediata necesidad de enviar a los puertos mexicanos formidables unidades de guerra, con suficiente número de soldados que puedan desembocar con destino a los puertos del Atlántico y del Pacífico. También deben darse señales visibles de actividad y prevención en la frontera Aquí estamos formando una guardia de extranjeros. Pronto podré anunciar que ha quedado organizada Porque este estado de cosas ya no puede continuar. Madero es un loco, un fool, un lunatic que debe ser legalmente declarado sin capacidad para el ejercicio de su cargo. Madero está irremisiblemente perdido. Esta situación es intolerable, pero yo voy a poner orden…

El Gral Huerta es sobre todo un soldado, un hombre de acero, de gran valor, que sabe lo que quiere y cómo alcanzar su objetivo. No creo que sea muy escrupuloso en sus procedimientos, pero lo creo un patriota sincero y, hasta donde mis observaciones del momento me permiten formar una opinión, se separará gustoso de las responsabilidades de su puesto tan pronto como la paz y el restablecimiento de las condiciones financieras del país lo permitan. El acaba de enviarme un mensajero anunciándome que puedo estar seguro de que va a tomar medidas que den por resultado la remoción de Madero, esto es, su caída del poder, y que el plan ha sido perfectamente meditado…»

Y llegó el 19 de febrero de 1913; Madero y Pino Suárez fueron aprehendidos; el asesinato sobrevendría tres días después. Lane Wilson se reunió con todo el cuerpo diplomático. Su brindis: «¡Esta es la salvación de México! En adelante habrá paz, progreso y riqueza Lo de Madero lo sabia yo desde hace tres días. Debió ocurrir hoy en la madrugada ¡Salud!»
(En la tarde del día 20 la señora Sara Pérez, esposa del presidente Madero, con una de sus cuñadas se presentó ante Lane Wilson y le solicitó interpusiera su influencia para salvar a los detenidos. La respuesta del tal:

– Vuestro marido, señora, no sabía gobernar; jamás me pidió ni quiso escuchar mis consejos. El Sr. Huerta hará lo que mejor convenga».

– Señor, otros ministros se esfuerzan por evitar esa catástrofe.

– Ellos… ellos no tienen ninguna influencia -Y despidió a la esposa del presidente de México.)

En la fiesta del cuerpo diplomático, donde Lane Wilson brindó por un México gobernado por Huerta, algún diplomático preguntó: «¿No irán a matar esos hombres al presidente?»
– Oh, no. A Madero lo encerrarán en un manicomio. El otro, Pino Suárez, ese sí será fusilado. Es un pillo, y nada se pierde con que lo maten.
– No deberíamos permitirlo, clamó el ministro de Chile.

– Ah, replicó entonces Mr. Henry Lane Wilson, embajador de Estados Unidos en México; ah, no, que en los asuntos interiores de este país no debemos mezclarnos. Allá ellos, los mexicanos…

La historia de los vecinos distantes, esa zopilotera, ese hedor. (México.)

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