Jauría

¿Qué quedó de nosotros? Mi ciudad y yo mismo, ¿dónde fuimos a extraviarnos? La calle de mi barrio, ¿en qué ha venido a parar? Al primer canto del gallo y al primer rayo del sol salía yo a caminarla, rumorosa de jilgueros, cenzontles, canarios y torcacitas. Limpia mi calle, olorosa a eucalipto y a patio recién lavado, que yo recorría con pisada firme y un optimismo que me hacía imaginar color de rosa el futuro de mi ciudad. Pero en eso que llega a Los Pinos el beato del Verbo Encarnado y con fauces de alto poder desfigura el rostro de la Suave Patria

Es por eso que ahora, por miedo al secuestro virtual, verbal o efectivo, no me atrevo a salir de mi depto (él, mientras tanto, bien arropado en su bunker particular) y mucho menos andar por mi calle si no es con el sol bien alto. Me topo entonces, y aquí su ruda metamorfosis, con un zoco turbio de tufos a cebolla y orégano, a epazote, cilantro y fritangas al mojo de ajo, que ventosean unas casas que apenas ayer fueron hogares y hoy, gracias al hombrecillo del bunker, han degenerado en patéticos changarros que en calidad de saldos ofrecen toda suerte de sopas y sopes, la chalupa y la carnaza,  el pambazo, la garnacha y esas tortas ahogadas en toda clase grasas y sebos, mantecas y aceites, comestibles algunos. De portones con reminiscencias del porfirismo cuelgan hoy,  saldo y remates, los calzones usados y las chanclas viejas. Yo a traspiés caracoleo entre latas y frascos vacíos, papel de envoltorio embijado de sebos pestíferos y restos de yerba: las narcotienditas, espinillas en el rostro de mi calle. Patético. De tarde en tarde, corazón bandolero, me arriesgo a salir a la calle a esa hora de entre dos luces en que  La Porciúncula llama a la primera del Angelus. El corazón en la boca…

Camino, sí, pero ahí me salta el primer ladrido; lo libro y me acosa el gruñido; avanzo, y una discordante sinfonía de aullidos que van del pit-bull y el rod-willer al perraco de la calle que una mujer de la calle recogió, qué buen corazón. (Ahora mismo, mientras esto redacto, ¿los oyen? En las orejas me chillan los perros de mi vecino de al lado.) El temor, el temblor, el terror de mi barrio, que se manifiesta a ladridos…

A la dama del perraco callejero, la única en el vecindario que ha aceptado cruzar palabra conmigo, le comenté ayer la discordante sinfonía que tasajea el amanecer. “Aturden el barrio a ladridos. ¿No le parece el de los vecinos una precaución que raya en psicosis?”

– ¿Y qué otro remedio le queda al jodido para conjurar su miedo? ¿Esconderlo en un bunker como lo esconde uno al que me abstengo de nombrar porque se me agria la malpasada de anoche?  ¿Conseguirse pelotones de guaruras del Estado Mayor Presidencial, federales, la DEA? ¿Dos o tres mastines de pedigrí como esos que  al tanto más cuanto le pelan al Peje  colmillos y premolares desde sus medios de condicionamiento de masas? ¿Doberman como esa soberbia jauría que mantiene el de Los Pinos?

(Achis, achis.) “¿Cómo cree que intenta espantar a López Obrador, si no es cuchileándole a esos podencos a los que se suman los chuchos de Nueva Izquierda? «¡Echenle montón! Después, para ustedes, las sobras del comelitón”.

La náusea. Oyendo a la sota moza a la mente se me vinieron, vaciladores, aquellos versitos:

“Cuando un mastín forastero – pasa por una ciudad – chuchos de la vecindad – le van a oler el trasero. – El mastín (grave, mohíno) – ve la turba que babea – alza la pata, los mea – y prosigue su camino”.

(Sin más.)

Un pensamiento en “Jauría

  1. antes las cosas en el barrio eran mejor , Y ahora un maldito gobierno que no quiere progreso , para el país Y gente que le da por igual que pase Y cuando andan en una crisis se incan a dios Y al gobierno no le echan culpabilidad .. Uno dice ser pobre pero no es así el gobierno nos hace pobres Y estupidos con las nuevas canciones

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