¡Al quemadero!

Cortés logró salvarse, pero los relatos lo describen profundamente deprimido y triste por haber perdido su sueño de conquistar Tenochtitlán y de haber perdido más de la mitad de su ejército. Los que lograron escapar llegaron Tlaxcala. Ya repuestos, y de la mano de tribus aliadas, en su arremetida contra la ciudad gobernada por Cauthémoc lograron la conquista de la ciudad de México matando a más de 40 mil mexicas.
Los “triunfos” pírricos, mis valedores. Algún matutino suelta por ahí, desbalagada,  la noticia de que la Plaza Cuitláhuac, de la delegación Iztapalapa, se convirtió en la sede de los festejos que habrían de conmemorar dignamente la batalla del 30 de junio de 1520, cuando los guerreros águilas y los guerreros ocelotes derrotaron a las huestes de Cortés. Que durante las festividades del sábado y el domingo se desarrollaron actividades culturales:  rituales prehispánicos (¿?), representaciones escénicas, bailes y conciertos. Las actividades culturales cerraron “con el desarrollo de un evento de danzón”. (¡Perdónalos, Cuitláhuac!)
Y ya encarrerados en cuestión de festejos y de efemérides aquí traigo a cuento (a fabulilla) aquella figura que tuvo el requemante honor de ser el primero, y tal vez el único, de los naturales quemados en la hoguera de la Inquisición bajo cargo de negarse a abandonar el culto a sus dioses tutelares y a aceptar que el Dios de los crudelísimos conquistadores, siendo uno, era trino. “Prefiero la muerte, y que Huitzilopochtli me valga”. Aquí, recreado, el episodio de Maxtla, que así se llamó la primera víctima aborigen de Zumárraga en nuestro país.
Moxtla fue quemado en la plaza pública, bajo el cargo de “hereje”, el 30 de noviembre de 1539. Hoy, la figura del príncipe texcocano nos parece altiva y digna de respeto. (E. O’Gorman.)
Moxtla (Dn. Carlos, para el español), probable nieto de Nezahualcóyotl, tuvo el lóbrego honor de encabezar la lista de víctimas nativas del primer inquisidor efectivo de México-Tenochtitlan,  un tal Juan de Zumárraga, obispo. El edicto:
“Será condenado a ser llevado por las calles públicas desta ciudad y con voz de pregonero que manifestase su delito, al tianguis de San Ipolito y en la parte y lugar que para esto está señalado sea quemado en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en ceniza y dél no haya ni quede memoria…”
Y acaesció, mis valedores, que aquel día aciago amigos, dolientes y familiares se acercaban a Moxtla, y mirando al cuytado que una mula torda conduscía al quemadero, con lágrimas en los sus ojos ansina decíanle:
– Sálvate, Moxtla, por vida tuya. Si tu delito es creer en tus dioses tutelares y no en un Dios Uno y Trino, todo arreglado. Házte católico  y salva tu vida. Di que adoptas por tuyo al mesmo Dios de Norberto Rivera y Onésimo Rivera, y aquí don Zumárraga te perdona la vida. ¿Verdad que se la condonáis?
– Bueno, sí, aunque una multilla por gastos de arrastre…
– De dientes para afuera dí que eres católico. Total, ¿no lo son de ese pelo todos en la Nueva España, que de serlo de acciones no viviría la sociedad tan huérfana de valores morales? Grave sería que te quisieran hacer cristiano, que cristiano sólo te hacen tus obras.  ¿Pero católico, Moxtla?
El cual, rebelde magnífico, con la testa negaba. Atado como iba de manos y pies a la bestia, acicateábala con suave meneo de zancas. Alguno advirtió un amago de sonrisa en el rostro del penitente.
-¡No seas penitente, no te quemes! ¿A vara y media del quemadero sonríes? ¡Salva tu vida!
(El final del dramón, mañana.)

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