La humana soledad…

Ya he señalado con ustedes que estamos en el número más alto de empleos formales que hayamos tenido en toda la historia. ¿Por qué fue, mis valedores, que al oír las palabras de Fox se me acalambraron los intestinos mientras él seguía tan campante frente al micrófono? ¿Sería porque me tomó desprevenido, que de chiripada sintonicé «Fox contigo»? Que madre Natura fue dispareja con nuestro organismo, el mío y el de Fox, es evidente, y que fue parcial. ¿Pero a favor de él, de mí..?

Ya que logré reponerme, volver en mí y escupir de mi boca espumilla y altisonancias, pensé en la manera de vengar una afrenta que debió ser colectiva y que si no lo fue, ¿sería porque madre Natura dotó al paisaje con intestinos de la misma marca que a Fox? Pero cierta fabulilla que les conté hace algunos ayeres hoy me parece a la pura medida para conjurar las sabatinas expresiones del delirante optimista. Dice la susodicha:

Hospital de barriada. Traumatismo general con enfriamiento de tibias, que por poco enfría la existencia del infeliz. Aquel domingo, por fin, había logrado dar con el paradero del vendedor ambulante al que atropellé con el volks. Ahí estaba yo, con mi única, ante el camastro del hombre en desgracia: ñengo él, despernancado, solo y su alma en la tarde del domingo, mortecina imagen de la humana soledad. De ganchete miré a mi Nallieli, su discreto suspirar. Ella, humanísima…

– Aquí nomás, valedor y señito, viendo pasar la vida, aunque la única ventana da a ese muro de ladrillo. ¿Cómo fue que me localizaron?
– Le traje rosas – Nallieli.

– Y cigarros. Rubios. ¿Le gustan los rubios?

– Mota me hubiera traído, con perdón. No es que yo sea vicioso, qué va. Sólo quise guasiar, porque a estas alturas ya la yerba es más barata que los rubios y los morenos, así sean los del Big Brother, ¿no?

– Por favor, no pronuncie esos nombres; ni mota ni la otra droga, la de la tele, mil veces más perniciosa. Además, dónde conseguirle un vil guato.

– ¿Dónde? Pues con cualquier patrullero. Pacotona. Ellos la adulteran.

Mi única y yo nos dispusimos a hacer compañía al desvalido esa desvalida tarde tan melancólica como son todas las tardes de domingo, muy a propósito para el fruncimiento del ánimo de los viajeros y los solitarios, de los cautivos y los abandonados, de los desahuciados y los fatigados del áspero oficio del diario vivir, desde su catre, el despernancado nos sonrió con su desmolada sonrisa. «Ya no soporto el sentimiento de culpa» -le dije.

– No se culpe valedor. Culpe a mi mala estrella.

Mi única, en tanto, se ocupaba de cosas nimias, y tan humanas: que en la jarra haya agua fresca, que las revistas esté a la mano, que el cómodo no esté desacomodado. Nallieli, consuelo de los afligidos…

Y es que días antes iba yo por la avenida en el Lincoln Dorado (el volks. cremita), repitiendo entre mí el dicharajo: de lengua me como un plato mientras no sea la lengua de Fox, y se me venía a la mente su rabia y la de los suyos contra el tabasqueño, que ya no sabe qué parte de su humanidad protegerse de las tarascadas de la jauría: si las corvas o los talones, si las posas o la entrepierna: «¡Animalero de miércoles..!»

Calles adelante cavilaba yo en torno a la crisis global de mi economía doméstica (¿cómo solventarla?), cuando en eso, de repente, friégale, que a carrera tendida se me echa encima la vehemente faz de un vendedor ambulante, este que ahora lengüeteaba el titán de grosella que le arrimó mi Nallieli. Recuerdo el pregón del buscavidas:

– ¡Tapetes baratos, patrón! ¡Chinos de Taiwán, fayuca legítima!

Con la testa negué y metí el segundón al Mercedes Benz; a la cucaracheta, más propiamente; pero caramba, que al parejo del volks. corría el de los tapetes de la dinastía Chong, y vamonos: con esta mano se pepenó a la portezuela y con esta otra y ante los mostachos me aprontó sus aguacates:

– ¡Sin semilla, patrón, cuánto ofrece por el güicolito!

Su testa en el interior del vehículo, su boca soplándome en la oreja izquierda la operación comercial. Aceleré mientras alzaba el cristal de la portezuela, y así avancé unos metros, y entonces escuché el estertor: «¡Agh… agh…!» ¡En la Tula! (mi madre.) Y que meto el frenón, y que bajo el cristal, y que liberado del pescuezo, el vendedor tragaba smog a tarascadas.

– No se fije, patrón, ya estoy acostumbrado. Mire: relojes de plástico. Cartier legítimos, patroncito. Corianos. Vienen tres en cada bolsita.

Arranqué el poderoso, pero el hombre pegó un reparo y en el viento se detuvo, o más propiamente en el cofre del volks. Agua y… (Agua y lo demás, mañana.)

Un pensamiento en “La humana soledad…

  1. comparto, su desencanto por la desgracia de nuestro pais, como camina su historia, a base de una interminable jodidez y sufrimiento para los que menos tienen, pero le solicito me explique que significa la palabra güicolito, gracias por su atencion.

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